El espacio público de una ciudad determina su
condición. Barrios privados, guardias perimetrales, centros comerciales con
seguridad privada y plazas enrejadas, reflejan un estado de cosas que el
habitante generalmente no comprende, pero siente. Los chicos lo advierten como
nadie, y como buenos inconscientes lo pregonan a cuatro vientos; días atrás,
uno preguntó a sus padres cómo era la vida cuando se jugaba en la calle. Crispados,
los adultos no pudieron explicarse cómo un ser frágil juntaba dos palabras tan disonantes:
juego y calle. Tampoco tenían memoria para responder.
Las rejas de las plazas, convertidas en emblema
del tercer milenio, sugieren que se pone especial cuidado en proteger al
ciudadano, algo similar a lo que el sacerdote pregona desde el púlpito cuando
anuncia a la feligresía el desvelo de Dios por sus hijos. Los pastores,
benditos sean, se devanan los sesos, no ahorran sacrificios, e invierten
fortunas en cuidar a sus rebaños, sin advertir que los peligros desaparecen
cuando el rebaño no es rebaño, moderna versión del apotegma griego que Hamlet
refunde en su célebre: ser o no ser. Pero el príncipe vive un drama por no poder ser, el rebaño por no poder dejar de serlo.
Preguntémonos qué significa una plaza enrejada.
No si es bueno o malo, sino qué significa. Una reja es un artefacto que impide
el paso, prohíbe; pero a quién y para qué. La gente “buena y honrada” no va de
noche a las plazas, eso dicen, de modo que debe asumirse que la reja prohíbe el
paso a delincuentes durante la noche, lo que abona la idea de que la ralea debe
existir en ciertos horarios.
El equilibrio natural exige pastores, rebaños y
lobos; quítese cualquier vértice y adiós triángulo. En la geometría del poder
para que buenos y malos - pastores y lobos - tengan entidad, debe haber un
objeto a cuidar - el rebaño -. Pero si mucho antes del pastor hubo rebaños y
lobos, habilitados por la naturaleza a subsistir, la prístina pregunta debería
ser otra entonces: ¿si la especie lobo no ha podido diezmar a la especie oveja,
qué es lo que cuida el pastor? Quizás sea hora de advertir el sentido de la
función pastoril, los peligros que supuestamente evita, y cruzar estas ideas
anquilosadas en el cerebro del hombre con otra nueva, seguramente ingrata a los
pastores: los peligros que entraña su presencia. Todo par opuesto -
delito/honradez, lobo/pastor - revela antinomia. ¿Puede evitarse? ¿Debe
evitarse? No hace mucho una jerarquía eclesiástica recordó la necesidad de
disminuir la brecha entre pobres y ricos, respuesta que sugiere moderarla, nunca
eliminarla, no sea que rompa el delicado equilibrio del mundo.
Las rejas de las plazas recuerdan que hay buenos y malos, y que cada uno
debe estar donde debe estar sin saltar vallados. Lo malo es que ya no sabemos qué
lugar nos corresponde; es que el hombre es ¡tan ágil!...