Uno de los ejes alrededor del cual perdura la “grieta” - grieta que, por otra parte, no se extinguirá jamás en razón de que es un aspecto más de la dualidad humana - es el construido alrededor de la antinomia kirchnerismo-antikirchnerismo, como si las aguas políticas pudieran dividirse en torno a un apellido, cuando en realidad la ruptura opera a partir de ideologías, a su vez apoyadas en sistemas de valores opuestos.
Sucedió en nuestro país desde el
comienzo mismo de su existencia. Ejemplo claro son los distintos pares
antinómicos que pueblan nuestros dos siglos de historia, caso de Saavedra-Moreno,
unitarios-federales, civilización-barbarie, conservadores-radicales,
peronismo-gorilismo, derecha-izquierda, etc.
Básicamente,
la grieta opera sobre dos visiones distintas de la otredad. Si los otros son todos
los demás, estamos frente a una mirada universalista e inclusiva; si los
otros son los que piensan, sienten y viven como yo, el esquema se reduce
a un parcialismo exclusivo o excluyente. En el primer caso el “yo” es borrado, se
diluye en el “nosotros”; en la segunda alternativa perdura la fractura y se
reconvierte en la antinomia nosotros-ellos, inaugurando facciones que en
ese ideario deriva en una enemistad que no procura fusión o intercambio en
busca de síntesis como en la dialéctica hegeliana, sino la eliminación del otro
convertido de “opositor” en “enemigo”.
El
universalismo es amoroso, se nutre del otro y con el otro; el sectarismo abreva
en el denuesto, el odio y la eliminación del enemigo, aunque a veces la bala no
salga. Prueba histórica de ese mecanismo es que todos los gobiernos de facto
luego de tomar el poder han perpetrado fusilamientos, cuando no “desaparecidos”
que no han tenido siquiera la piedad de descansar bajo una lápida para que sus
deudos puedan ofrecer, al menos, testimonio de su memoria. La devastación y el
odio ha arreado no sólo con bebés apropiados, sino también con cadáveres.
Especialmente
el peronismo sufrió hacia mediados del siglo pasado una dura proscripción que
incluyó la prohibición en público de la palabra Perón, bajo pena de arresto.
Hoy el proscripto es el kirchnerismo - que deberíamos definir en realidad como
pos-peronismo - en la persona de su ideóloga, a quién sus enemigos, explícitamente
quieren “ver muerta” para que “haya paz” en el país.
El
universalismo y el sectarismo encarnan, además, otra antinomia, en este caso
biológica: la de la presa y el predador, no sólo por los roles de ambos en el
escenario político, sino porque tampoco en la naturaleza ningún predador ha
logrado el exterminio definitivo de la presa como especie, ya que tal fenómeno
también causaría su propio exterminio. La paradoja resultante es que el
antikirchnerismo no puede prescindir de “la yegua” sin que peligre su propia
continuidad, ya que al no tener cómo destilar afuera su veneno, corre el riesgo
de dirigirlo hacia sí mismo.
Una
de las argumentaciones opositoras para denostar a Massa es su supuesta
adscripción al “demonio kirchnerista”, cuando en realidad fue uno de sus
primeros críticos. Pero más allá de la proximidad electoral, al menos hoy,
entre kirchnerismo y massismo, lo que deberá controlarse en caso de ganar las
elecciones próximas es el fiel cumplimiento de sus propuestas. El compromiso hoy
es salvar a la democracia optando por la cordura - cambiar no es destruir -,
mañana será mantener a Massa en el andarivel de sus propuestas, algo que, en
línea con su propia historia, tampoco se avizora como sencillo.
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