lunes, 21 de mayo de 2012

Muerte digna = vida indigna

El título iguala vida y muerte sólo invirtiendo adjetivos, malabar lingüístico en este caso útil porque propone un tema que excede la indignidad de una vida vegetativa. Antes de avanzar, honremos la lucidez parlamentaria -¿también piensan? -, expresada en la unanimidad en favor de la muerte digna. Dicho esto, y frente al silencio de una iglesia que no sólo escamoteaba el tema sino que incluso alienta lo contrario - entre otras formas condenando el aborto -, carguemos entonces sobre el significado de su equivalente: la vida indigna. En principio, asumamos que es la asistida mecánicamente. Pero, por qué: ¿por la falta de conciencia?, ¿porque fomenta la dependencia?, ¿por no permitir interactuar en el mundo?, ¿por asimilar vida y pensamiento? ¿por reducir al hombre a la pura animalidad al carecer de percepción espacio-temporal? Cualquiera de estas alternativas exige revisar principios naturalizados que, desde la adoración a las fuerzas naturales hasta la "invención" del alma, vienen dando pasto al poder para manipular al género humano. Hasta da para una interpelación histórica a quienes han fomentado la maniobra.
Pero más grave aún que responder estos interrogantes, es su consecuencia: ampliar los grupos de vivos indignos, desde luego inmunes a la vida vegetativa. O padeciéndola sin advertirlo. En el primer caso - la inconsciencia -, el hombre asume el dudoso papel de juez, negando la fantasía, o bien atándola a la conciencia. Si el diagnóstico de muerte cerebral negara esta posibilidad - cosa ignorada por falta de testimonios -, estaríamos adscribiendo a un biologicismo que la iglesia debería rechazar por negar la dualidad cuerpo-alma, o aceptar que el hombre carece de alma, por ende, también los descerebrados. Si no se opone, es porque hace miles de años que nos miente; y el que calla otorga. Si el caso es la dependencia - segundo interrogante -, hay malas noticias para los indigentes, los argentinos, los simbióticos, parásitos, empleados y niños, entre otros. La falta de interacción - siguiente alternativa -, debería incluir junto a los vegetativos, a los presidiarios, onanista, solipsistas, incluso el esquivo Zaratustra. La carencia de espacio-temporalidad, por su parte, reclama sumar a los dementes. Y por último, la negación de lo meramente biológico acabaría, entre otras cosas, con la bonita floricultura. ¿Qué sería del mundo sin claveles ni alelíes?
Digamos que, al menos, da para la discusión. Habiendo quedado tanto ovillo sin desmadejar, confiemos entonces que el parlamento vaya ahora por otra equivalencia: la vida digna. Tal como están las cosas, muchos hoy pagarían por descerebrarse, aunque más no sea para descansar un rato de tanta indignidad.      

sábado, 12 de mayo de 2012

Humillar por TV

He visto, he oído, cómo la postergación del hombre es capaz de hundirlo en la humillación. ¿Qué otra cosa si no, es someterse al ridículo por el solo deseo de aparecer un instante ante las cámaras de TV, esas mismas que propician la ilusión de una realidad biplana. El hombre anónimo cree que proyectar su imagen es obtener un lugar en el mundo, falso reemplazo de la mismidad por la figura en dos dimensiones. 
He visto con tristeza como un conductor de TV, triste pastor de rebaño, pasada la medianoche de un viernes, instaba a unos taxistas a "prenderse" - la consigna del programa -, corriendo detrás de un conejo. ¡Detrás de un conejo! Si hasta parece una broma del lunfardo, como si esos lamentables trabajadores no corrieran la coneja cada día de su oscura vida. Porque tras la falsa alegría, los mismos protagonistas confiesan sin reparo sus miserias, pobres hombres que en lugar de conducir sus coches de alquiler para procurarse un peso que alimente y eduque dignamente a su prole, se prestan a la manipulación circense. 
Asumo el riesgo de exponerme a la censura fácil, de ser acusado de dogmático y anticuado. ¿De dónde saco, acaso, que esos hombres deben cumplir obligaciones en lugar de ofrecer sus figuras - gratis además - para creerse alguien? ¿Sobre qué autoridad me asigno el derecho de objetar esas conductas? Claramente de ninguna, lo admito. Carezco de autoridad para decir qué está mal o bien. Pero en cambio me la arrogo para, al menos, poner en duda la alegría que genera ese momento de "fama"; y también para imaginarlos de regreso, cabeza apoyada en la almohada, preguntándose qué diablos han estado pensando para admitir el ultraje de "prenderse" a ilusiones fatuas, incluso mejorar un rating, para colmo ajeno. De paso contribuir a que otros ganen suculentas sumas de dinero, mientras ellos muerden el anzuelo de la ayuda solidaria.
El pretendido periodismo, puesto a entretener con espejos de colores no sólo "prende" infames quimeras, al mismo tiempo "apaga" las luces que iluminan la verdadera realidad, un mecanismo que emplea como cómplices a sus propias víctimas, similar al penoso acto de tirar maní a los monos del zoológico para disfrutar de su animalidad casi humana.
¿Acaso ese conductor habrá de preguntarse alguna vez qué misión cumple en la vida, cuál es su aporte para dignificar al otro, cómo dignifica la propia? ¿Acaso le alcanzará con engañarse aduciendo que paga sus impuestos, y que cumple con pautas ordenadas - ¿o "acordadas"? - con su voraz empleador? Sería casi una invocación de obediencia debida, paronimia que en la propia ilusión del periodista - y en la de muchos -, exime de otra responsabilidad mayor: ejercer una obediencia de vida, en lugar de cobrar por el engaño.