Quejarse de la crisis de valores es casi un lugar común. Persignarse ante una toma de colegio también forma parte de la histriónica hipocresía que exhibe buena parte del periodismo y la política. Digamos de paso que escuchar al ministro de justicia soltar alegremente que tenemos un sistema carcelario poco menos que modelo, y que esa ejemplaridad se complementa sacando a los reclusos para participar de actos culturales, da al menos cierta cosquilla. Entiéndase: no es saña contra los convictos, que como mucho habrán quemado viva a alguna inocente, nada con tantas que hay, pero suena ingenuo sostener ese discurso frente a un sector de la sociedad, mayoritario, que reclama personalidad en el tratamiento del delito.
Así las cosas, la trampa consiste en sostener versiones antagónicas hábilmente construidas con imágenes editadas y funcionales a cada versión, incluso bien argumentadas, que no hacen más que confundir. Desde este mismo blog se alienta permanentemente a desarrollar un sentido crítico que permita filtrar la intención política que subyace detrás de cada noticia, discurso, debate y/o entrevista. Pero digamos en defensa del exigido consumidor de noticias, que la artera habilidad editorial y la falaz argumentación empleada por los bandos en pugna - cada vez con mejores performances, ahora incluso apelando a otros recursos como falsas imputaciones mutuas y mentiras flagrantes -, complican esa tarea crítica. Nadie objeta que un periodista diga ante cámara que tal o cual funcionario miente, o que ese funcionario rebote la imputación; pongamos que tales conductas se inscriban en la libertad de prensa.
Ahora bien, si desde los primeros pasos de la socialización del niño, sea el hogar, sea la escuela, enseñamos a no mentir y censuramos esa práctica, incluso aplicamos sanciones acordes a tales conductas, cómo puede ser que en los medios se mienta descaradamente, sin que luego nadie ponga en vereda a los mentirosos. Porque oír a un periodista decir que el ministro de economía miente - sea cierto o no, en cuyo caso siempre hay una mentira en la expresión -, y que nada suceda en favor de la desmentida o no, pero con cierta ejemplaridad que marque qué no puede hacerse, equivale a mostrarle a un niño que observa la TV, que da lo mismo ser veraz o no. Por qué un niño no debería mentir si los adultos lo hacen todo el tiempo.
Periodistas y políticos ya no apelan a sugerentes condicionales, más bien emplean términos como "mentir", aplicado a funcionarios de la más alta jerarquía sin que se desmienta o no, sin que se aclare o no quién miente, cuestión que la guerrilla verbal no hace sino a contribuir a que las nuevas generaciones, naturalicen la mentira en tanto se ha convertido en una práctica empleada y validada por los dueños de la palabra.