lunes, 25 de junio de 2012

Paronismo vs. peronismo

El paro desnuda la ilusión del peronismo mostrando donde anida su verdadero enemigo: en el trabajo. Para evitar complicaciones acerca de qué sean ambas cosas, digamos que aquél es el movimiento que aspira reivindicar a la clase trabajadora, y ésta la destinataria de sus desvelos. Eso dicen. Agreguemos que no es el primero que lo intenta ni será el último que fracase. La razón es simple: confundir dirigencia con clase trabajadora y reivindicación con salario. 
No es atributo excluyente de la clase obrera producir dirigentes que ante el primer mordisco acostumbren el paladar. Para ser dirigente - obrero, político, empresarial -, es condición básica dejar de ser dirigido, de modo que ya no duelan en el cuerpo los dolores de esa condición superada. Los dirigentes colocan en el imaginario de los dirigidos sus propias ambiciones, pero dicen luchar por ellos. En este engaño, reivindicar al obrero sería que gane mucho y pueda acopiar, en lugar de procurarle "lo suficiente", y enseñarle - antes deberían aprender ellos - a distinguir que la reivindicación consiste en valorizar lo que uno es, no convertirse en otro. Mucho dirigido-trabajador sueña con ser dirigente-empresario, aunque sólo pocos lo logran -. Dos problemas hay acá: ni el sueño del trabajador ni el logro del dirigente reivindican nada. 
Reivindicarse como ser social es alcanzar lo máximo que uno pueda dar como tal, suceda esto integrando una línea de montaje fabril, escribiendo reflexiones acerca de la vida o dirigiendo un país. Cuánto deba percibirse por eso es otro problema que desnuda la frase "lo suficiente". Reivindicarse como ser único es desarrollar pensamiento y espiritualidad en porcentajes equivalentes, para entender y aceptar la realidad sin perjuicio de intentar mejorarla. ¿Tan fácil entonces es la reivindicación? No, es difícil en ambas magnitudes, como seres sociales y/o únicos. Pero eso es lo que debe intentarse, ese es el camino; en lo personal estimular inquietudes y amor por el pensar y el sentir, en lo social reemplazar "lo mucho" por "lo suficiente".
Claro, aquí encontramos otro problema. Digamos en descargo de los "confundidos trabajadores", que caen en esta maraña porque la misma es propiciada por los dirigentes, quienes no ignoran qué es "lo suficiente", pero lo desdeñan por tener acceso a "lo mucho". Y esto, ya malo de por sí, auspicia tergiversaciones. Por eso el periodista que denuncia los repetidos enriquecimientos ilícitos de los amigos del poder - también de "lo mucho" - tiene tanta audiencia, sobre todo entre la clase media - media en lo económico, del todo idiota -, que aspira ascender en el acopio y mira desde abajo, o trepando la empalizada para echar el ojo adentro.
Aquí se advierte claramente la falacia heredada de la Revolución Francesa: la libertad repele a la igualdad, tanto que incluso los dueños de "lo mucho" la invocan para conservarlo, en detrimento de quienes abogamos por "lo suficiente", un concepto que iguala a los hombres respetando sus diferentes capacidades.

jueves, 21 de junio de 2012

Robo de indentidad virtual

Muy preocupada, una vieja modelo apareció en los medios denunciando un robo de identidad para estafar a incautos en su nombre. La denuncia pública para evitar nuevas maniobras, lejos de lograrlo reproduce el mecanismo que la habilita; equivale a inyectar células nuevas a un tumor voraz. La difusión pública de una identidad, es decir la adquisición de una "identidad virtual" - ¿qué diablos será esto? -, tiene precisamente esos mismos riesgos de los que el famoso reniega - también reniega del periodismo cholulo, el mismo al que acude para lograr fama, pose que no hace sino renovar el divismo del mediocre -. Mediocridad, en este caso, define al que quiere hacerse conocer y cree que ese conocimiento multitudinario es signo de notabilidad. No es lo mismo ser notable y a partir de ese atributo trascender públicamente, que buscar trascendencia pública para convertirse en notable. Dicho de otro modo: ser notable por mostrar el envase, es muy distinto a despertar admiración por el envase a partir del contenido. 
Los verdaderos protagonistas de esta reflexión, demasiado acostumbrados a confundir etiqueta con fármaco, seguramente no advertirán que los aludo. Pero tampoco son ellos los destinatarios, extraviados en la locura del mundo virtual para pagar su narcisismo, o ganar unos dinerillos - hay formas mucho más dignas, claro que más arduas -, sino que el mensaje es para quienes atravesamos otra realidad cotidiana desde nuestro cuerpo real, mojándonos bajo la lluvia, arrugando los ojos ante soles y vientos, despertando con el alba, confundiendo alientos en trenes y subtes de oprobio, produciendo por un mendrugo - ...que unos trabajan de trueno y es para otro la llovida, sabio Yupanqui -, tramitando la vida en el noble anonimato sin desvelarnos por el santuario de lo público.
Pero sería necio negar que la exposición pública no sea también reflejo de lo que sucede en el mundo, al menos el construido desde esa misma virtualidad que genera "trompita" en los famosos, cuando son tratados como personas, es decir cuando son falseados, robados, estafados - cosa que sucede a todos los anónimos sin tener mostrador de "reclamos" donde acudir -. Sería necio negarlo, como también es necio admitir que ese espejo, vidriera irrespetuosa de los cambalaches donde se ha mezclao la vida, sea la vida misma. Más bien parece el clásico juego de kermés donde nos vemos distintos a lo que somos, extremadamente anchos, graciosamente flacos y altos, gracias a la convexidad y concavidad de los espejos. Cuestión que la Biblia llorando contra un calefón es un remedo de la modelo - por la forma, no por el contenido -, llorando contra un micrófono lágrimas pixeladas.
La solución al robo de identidades no es la difusión del hecho puntual sino del mecanismo que lo provoca; cámaras, micrófonos y modelos seguirán existiendo - ¡cómo evitar los males! -, pero es posible mejorar la lectura de la realidad.


viernes, 15 de junio de 2012

Ataque al periodismo al ataque

Que la información lava la cabeza no es novedad. Se trata de que la cabeza lave la información, dicho esto en el mejor sentido, es decir que la limpie de inmundicias, la desnude y la re-procese de modo objetivo, agregando subjetividad, pero propia. Que esa propia subjetividad, la mía, la de cada uno, esté contaminada tiene que ver con otros mecanismos profundos que exceden al análisis de los medios. Desde la cuna venimos "informados", construidos formato siglo XXI, no obstante, podemos desmalezar la jungla gramatical, poner algún orden e iluminar las sombras desde la misma grosería periodística. 
Mi amigo Pepe, hombre de café porteño - palabra cruda,  pensamiento profundo -, me contó indignado que un canal de aire "invirtió" una mañana entera en contar cómo un periodista había sido víctima de un ataque mafioso y robo al mismo tiempo, dos modalidades encontradas - la mafia no necesita plata sino quitar del medio a los que molestan -. Pero el afán de glorificar la noble profesión convirtió un robo más en "feroz ataque al periodismo", como si la profesión tuviera inmunidad. Si fuera así debería revisarse el sentido de lo que es periodismo y lo que es robo, porque nadie ignora que ambos conceptos - como todos -, tiene una bendita propiedad: pendular entre el bien y el mal. O sea, hay periodismo bueno y periodismo malo, y también sucede lo mismo al robo - ¿Alguien desaprobaría que un caco riojano robara la Ferrari de Menem?
Así las cosas, cualquiera con pensamiento crítico debería condenar el robo cuando se trata de un despojo sin justificación, muy distinto a un re-apropiamiento justo. Vale decir que robo y periodismo, ambos con dos extremos éticos, admiten distintas interpretaciones. Entre otras que un robo es malo cuando persigue un fin malo - ¡bendito Kant! -, y sería bueno a la inversa, cuando en lugar de un despojo supone reponer un estado de cosas justo. Recordemos el caso Malvinas, ya que el colonialismo es lisa y llanamente un robo de propiedad, aunque las construcciones jurídicas pretendan justificarlo. Y no a la Argentina, al aborigen.
En el caso puntual del periodista - asumimos que es de los buenos -, lo destacado es que lo robaron. Mi amigo Pepe, brutal, lo resumió en porteño básico: "Lo afanaron y punto, loco. Ahora si querés darle mil vueltas para hacerlo aparecer como un ataque al sacrosanto deber de informar, es otra historia. Eso es, justamente, periodismo del malo; te digo más: la muchachada del café sugiere que la mafia se redima visitando a estos truchos, que elevan un robo a la enésima potencia porque la víctima fue un periodista, como si constituyeran un fuero especial. ¿Ya nadie sea acuerda que la Asamblea del año XIII abolió fueros y prebendas personales?"
¡Este Pepe hace cada pregunta!  

lunes, 4 de junio de 2012

Dolar verde esperanza

El título parece una expresión muy de moda estos días, confirmación de otra falacia urdida en las intrigas de palacio. Veamos: por carácter transitivo dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí, de modo que si esperanza y dólar son verdes, la esperanza es el dólar. ¿Acaso podemos dudar del carácter transitivo, pilar de las matemáticas? Por qué no. Hace más de un siglo, un preclaro revisó la igualdad A = B, advirtiendo que difería de A = A, única y verdadera igualdad posible: la identidad. Sucede que el pensamiento puede concebir igualdades homologando cosas distintas, pero la realidad no, eterno problema filosófico de asimilar magnitudes incompatibles. Así las cosas, los pensadores con mala intención barrenan sobre las palabras y construyen ilusiones de igualdad que la realidad desmiente.
Si aplicamos esta lógica, la construcción imaginaria de que en la compra de dólares reside la esperanza de conservar nuestros pesitos valorizados, es perfecta, y la experiencia convalida la conjetura - recordemos al gran pitoniso: "El que apuesta al dólar pierde". Y perdió; el pitoniso -. ¿Ahora, qué pasa con el ahorrista? Suponiendo que los precios acompañen al dólar, seguramente con dólares podremos comprar más batatas, pero aquí entra a jugar la capacidad estomacal, porque mucha batata, empacha: Y no es recomendable meterlas por otro lado, destino inevitable del sobrante. Y sólo puede sobrar a la clase del sobrante, esa de pensamiento europeo y residencia sudamericana, la que amontona reclamos en Barrio Norte, golpea periodistas y mira a Europa en lugar de Villa Lugano, mucho más próxima pero menos deseable.
Sin duda, quienes acumulan dólares tienen mejores posibilidades siempre, pero no por acumular dólares sino porque pueden acumular. Comprar dólares es un modo de emplear su libertad de acumular, y ¡ésta es la que se cuestiona!, la libertad de hacer lo que quiero con lo mío. Aquí está el problema: invocar la libertad como el bien más preciado pensando en ciertas libertades que no son tales, porque no están al alcance de todos, de modo que algo indisponible a todos como el sobrante, jamás puede ser ejemplo de libertad. Resulta que la mentada libertad se da de narices con otro concepto, herencia de la glamorosa Revolución Francesa: la igualdad, que debería buscar que todos pudieran hincar el diente a la torta. Pero la igualdad, paradójicamente, es desigual porque admite la libertad de que ahorren algunos y otros no. Algo similar a la invocación de la libertad de prensa. Ser libre no es ser libre de acumular todos los medios, pero algunos lo entienden así y aducen que el límite cercena. El límite, necesario para la armónica conveniencia, ese que padece la sumisa mayoría, es causa de rebelión de la minoría que, curiosamente, condena el piquete pobre.