miércoles, 12 de abril de 2017

Loritos repetidores

Que el neoliberalismo viene causando estragos en los países satélites del mundo no es novedad. Sería redundante demostrar una realidad que se hace presente ante los ojos de cualquiera salvo los peores ciegos, es decir aquellos que no quieren ver. Pero es precisamente la ceguera provocada por los medios la que fogonea este perverso sistema caracterizado por la  profunda desigualdad que provoca, las amplias brechas que produce, y la acelerada contaminación de una clase media cada vez más infectada por el odio odio de clase. Uno, generalmente, tiende a responsabilizar al presidente y a esa clase media que lo ungió, como responsables de la debacle que sufre nuestro país, cuando en realidad son meros vehículos manipulados desde el poder económico, habituado a manejar voluntades mediante su colonización ideológica. Sin embargo, quedarnos con esta verdad a medias nos quita la posibilidad de ver el bosque, es decir la verdadera máquina trituradora. Macri no es el responsable exclusivo del desmadre socioeconómico argentino. Mucho más grave que su nefasto ejercicio del poder es la existencia de una masa de votantes que, encandilada con la falacia de la urna ilusoria, lo catapultó al lugar justo para ejecutar esa tragedia. ¿Y dónde está esa desdibujada clase media? A veces suele responder a convocatorias digitadas por la redes sociales (la clase baja no dispone de una PC para "vincularse al otro") y se amucha en alguna plaza con el mismo aspecto de esos calvos con cuatro pelos dando vueltas y vueltas por la cabeza para simular una magra pelambre. Pero aún cuando no son tan visibles es posible identificarlos en el nefasto discurso que repiten como loritos para argumentar sobre las "causas" del desequilibrio económico. Uno de esos discursitos que viene ganando terreno es que el crecimiento económico no se produce a causa de la excesiva carga impositiva en el sistema fiscal. Triste ditirambo. Olvidan (o ignoran) esos loritos que el impuesto más importante del sistema tributario (el impuesto a las ganacias), se aplica sobre las utilidades líquidas, es decir sobre los pesitos que ya han sido "ganados" (cómo se han ganado es otra ignominia que amerita nuevos análisis ajenos a esta columna). Es decir: esa letanía de la abultada carga impositiva a la que sólo le faltaría agregar algunas lágrimas para completar el drama de los pobres empresarios, sólo pone de manifiesto lo mucho que ganan los señoritos, y lo poco dispuestos que están a contribuir con el sistema para moderar desigualdades. Para confirmar esto basta con mirar otros esquemas impositivos como el sueco, cuyo carga impositiva es tanto más progresiva cuanto mayor es la utilidad percibida, tal como debe ser para que la concentración pueda derramar sobre los menos favorecidos.