domingo, 10 de agosto de 2014

Reflexiones desapasionadas

Pasó el mundial. Sesenta días sin frenesí periodístico resulta lapso prudencial para el pensar puro, a salvo de gritos, angustias y esperanzas de tribuna, ese colectivo que licua individualidades como harina al grano. Y precisamente la primera reflexión que aparece es preguntarse dónde fue a parar ese colectivo que exaltó la argentinidad al palo, al punto de preguntar a coro a Brasil "qué siente cuando está en casa su papá" (como si la paternidad fuera de ida, no de vuelta como realmente es). Adviértase que sólo el resentimiento puede abonar la burla a nuestros vecinos por los 7 goles alemanes. Y nada mejor como respuesta que los siete dedos alzados por un carioca (cinco de una mano y dos de otra), para recordar los guarismos en materia de mundiales obtenidos por uno y otro país. Es que los colectivos salen de línea no bien llegan a destino; o mejor aún, rebotan en la cabecera para iniciar el recorrido inverso. Todo vuelve. También volvió la tribuna (la rica en dólares que pudo viajar), y también vuelve la necesidad de pensar esa famosa frase de Sabella (nada original por cierto), acerca de que el secreto del éxito de este seleccionado fue haber reemplazado el "yo" por el "nosotros", aunque nunca haya aclarado en qué consistió el éxito, porque campeones no salimos, y sobre todo porque en ese supuesto colectivo futbolístico formado por once individualidades, los esfuerzos de uno y otros fueron bastantes desparejos. Sería bueno que se computaran y publicaran, por ejemplo, los kilómetros recorridos por Mascherano y Messi para medir cuánto entregó cada uno al "exitoso" colectivo.
Puestos a colectivizar otros imaginarios, ¿no le pasará al país lo mismo que al seleccionado de fútbol, donde el decoroso resultado de momento se apoya más en el esfuerzo y la entrega de los abnegados, más que de aquellos que cuentan con ciertos privilegios para no transpirar la camiseta? Y siendo más temerario aún, ¿no será que la construcción de los colectivos es un excelente mecanismo para borrar la subjetividad y meter en la misma bolsa a todos, en el caso de la Argentina a los aristogatos, los híbridos clase media alta con alma de roedores y pretensiones felinas que alientan la queja por pagar impuesto a las ganancias, y la millonada de ratas puras que transitan a diario albañales férreos y basurales subterráneos?
Hay un sospechoso afán por colectivizar, de una y de otra vereda política. Unos imputando a otros su mala onda y mostrando una argentina pujante y venturosa, otros resistiéndose a ese colectivo oficial, pero sólo para sumarse al de la "inseguridad" (jurídica, delictiva, etc.) aunque jamás hayan sido "pungueados", cuestión de volver cuanto antes a la "otra" ilusión. Un maniqueísmo endémico, ¡qué va a hacer!