lunes, 20 de mayo de 2013

Haz lo que yo digo, no lo que yo hago


Fiel a la prédica del título el incomprendido Mauricio ha enviado en un correo electrónico que nadie pidió, el texto de la conferencia pronunciada donde amenaza abogar por el espíritu de la democracia - Dios nos libre -, anunciando además la firma de "un decreto de necesidad y urgencia de protección de la libertad de prensa y expresión en la Ciudad de Buenos Aires". Allí, se advierte, asocia democracia con libertad de expresión, y ésta con libertad de prensa. No preocupa tanto la palabra confusa del grotesco Chirolita ni la intención de Chapman - binomio que anima su gestión - como el efecto que pueda causar en ese electorado tan caro a Fito Páez. 
La pirotecnia verbal siempre es buen recurso para ocultar golpes bajos, pero lo que asombra es arrogarse ser protector de algo, en este caso la libertad de expresión, acto que ejerce libremente en el propio momento de invocarla, ignorando que el uso mismo de la crítica es garantía de libertad expresiva. Repetimos: la torpeza argumental no sorprende; sí en cambio es un nuevo toque de alerta - debería ser al menos-, el impacto que tendrá en quienes no advierten el oculto mecanismo y adhieren fervorosos a sus dichos sin comprender qué se dice y qué no. Valga el ejemplo para invitar a pensar que cada palabra pronunciada, cada afirmación vertida, se apoya en silencios cuya correcta significación permitirían una segunda lectura esclarecedora. Detrás de lo dicho acecha lo no dicho - diría Chochi la dicharachera -, cuya fuerza expresiva es siempre mayor en tanto no es evidente. 
Pero el remate tierno del Papá de Antonia, esta vez aparece en otra frase del discurso: "Hay quienes creen que en democracia el que gana la elección hace lo que quiere y tiene derecho a quedarse con todo el poder. Ese... es el espíritu del autoritarismo". Esta frase, digna de integrar el decálogo del lenguaraz, no resiste demasiado análisis lingüístico, basta cruzarla con la infeliz acción de la Metropolitana en el Borda. Y con un hecho no trascendido que, precisamente, cierra el carril de cualquier diálogo entre un ciudadano común y sus gobernantes: si acaso uno quisiera comentar o responder a Macri sus dichos por la misma vía que él empleó para divulgarla - el correo electrónico -, es imposible, el emisor no admite respuesta. ¿Acaso no es autoritarismo transformar un supuesto diálogo en monólogo? Nótese cuánta torpeza tiene Chirolita que más adelante dice: "...las formas indirectas de limitar esos derechos son igual de condenables que la censura". Patético. Con semejantes pastores, ¡cómo el rebaño no va a preferir los lobos!; éstos, en cuanto calman el hambre dejan de matar corderos.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Hechos y lugares

Este blog suele comentar hechos y circunstancias que dan lugar a noticias generalmente mal comentadas, ya sea por impericia o por excesiva pericia en distorsionar la información. Pero también hay otros episodios, incluso sitios significativos de la ciudad que no responden a la agenda que los medios pretenden instalar, y justifican ser revisados bajo una mirada crítica; ellos también aportan datos para una mejor lectura de la realidad. Es el caso de la Villa 31, gueto enclavado en el corazón de Retiro que la mirada "culta" niega por correrse del imaginario de ciudad luz, progresista, residencia de Dios y vestíbulo del paraíso. El deseo de que no forme parte de la ciudad no elimina el fenómeno, la villa sigue allí, a espaldas del vértigo de Retiro, como crudo testimonio de la realidad, Y cuando un asentamiento perdura tan a contramano de la historia y la geografía, reclama algún ojo escrutador que explique su verdadera naturaleza. La Villa 31, formidable muestra de realidad social, constituye un duro contraste frente al crecimiento que, dicen, registra el país.   
Los asentamientos urbanos no son privativos de Buenos Aires, todas las ciudades del mundo tiznan su geografía con pinceladas virulentas, fenómeno alentado por un sistema sustentado en la mala distribución de la renta. Lo peculiar de la Villa 31, discutido conglomerado tan integrado a su barrio, es estar situado en una de las zonas de mayor costo de la tierra, y en su perpetuación a través del tiempo. Pero más allá de esta sospechosa perduración y del contraste que provoca, la imagen se torna un alegato contra el barniz de los discursos. La villa miseria, nombre exacto que algunos nominalistas intentan desodorizar, muestra que la palabra construye fantásticas promesas insostenibles frente a la insobornable realidad. La 31 implica, además, el fracaso de cualquier voluntad política que soslaye una lectura adecuada de esa realidad.
Deberíamos preguntarnos cómo un conglomerado urbano mayormente usurpador, desdeñoso de normas, que contraviene disposiciones vigentes para el resto de los porteños, e incumple obligaciones en materia de servicios, sobrevive sin que nadie pueda corregir la anomalía. El caserío donde apostolara el recordado Carlos Mugica - sacerdote que privilegió el cuerpo al alma, sobre todo cuando había sufrimiento -, llamado de distinta forma a través de varias décadas de existencia, es un perene recordatorio de que bajo la ciudad brillante, cuyo parque automotor de alta gama crece desbocado, bulle otra ciudad opaca que reclama investigar y reflexionar de un modo más comprometido esas pústulas naturalizadas, y con una frecuencia distinta a la clásica distracción vecinal, generalmente inducida por sectores interesados.