martes, 27 de mayo de 2014

Dios, ese impiadoso asesino.

Desde que un periodista de policiales dijo tiempo atrás que los "delincuentes habían destratado a las víctimas durante toda la casa", es posible esperar cualquier delirio discursivo de esta especie, nadie ignora que la condición básica de todo comunicador es no saber hablar. Pero era difícil imaginar un ejemplar capaz de atreverse a decir "Dios puso su mano", con referencia al avión que el 27 de mayo cayó al Río de la Plata provocando cinco muertos. Lo más prosaico que se conoce acerca de las travesuras de la mano de Dios, tuvo como destinatario a los ingleses allá por 1986, claro que aquello fue una metáfora, la mano no era del único argentino que no figura en el padrón sino de Diego, el único argentino que aun sin apellido en el padrón puede ser fácilmente identificado.
Podemos deducir que el periodista se refería a los sobrevivientes, en cuyo caso obvió un pequeño detalle: alcanzar esta conclusión exige pensar el discurso ajeno reponiendo significados, destreza esquiva entre los consumidores de noticias, de modo que se mire por donde se mire, la afirmación constituye una torpeza mayúscula que, si bien juega en favor de la difundida creencia sobre la existencia de Dios, también abona la conjetura de que podría tratarse de un ente maléfico capaz de liquidar arbitrariamente a unos y salvar a otros. Esta última teoría viene ganando adeptos últimamente, basada en el calamitoso estado del mundo. Sin embargo, los creyentes cuentan aún con un argumento "de última" (expresión también muy de moda entre los periodistas policiales) en favor de la bondad divina: atribuir las atrocidades a la distracción o a la ineficacia de Dios poniéndolo a salvo de cualquier duda acerca de su bondad.
En su viaje a medio oriente el Papa Francisco I acaba de inaugurar la mejor estrategia para deslindar responsabilidades acerca de la actuación del cielo en los asuntos mundanos. Para eso recuperó la idea del Dios único estrechando lazos con otras religiones que reconocen a Abraham como patriarca, un intento de hermanarse con el resto del mundo para aligerar el peso de la carga; bien sabemos que los hijos únicos tienen que hacerse cargo de los padres sin un mísero hermano, a quien pueda reprocharse al menos su desamor por no compartir las exigencias de la vejez paterna. De paso los argentinos podríamos aprovechar para renunciar a la propiedad exclusiva del Altísimo y reconocer que también es ruso, canadiense, hondureño y de toda la comunidad internacional, salvo brasileño hasta después del mundial.  

viernes, 16 de mayo de 2014

El porqué de la violencia

    Tras un verano donde hizo calor, llovió mucho y aumentó el dólar - nada distinto -, retomamos nuestras reflexiones sobre la realidad virtual; la otra, la real, no se escribe, sucede en nuestro cuerpo y aun alrededor del mismo pero no más de unos metros, exactamente hasta donde llegan nuestros sentidos.
     Una noticia conmovió al mundo hoy, por su explosivo contenido aparente y por su esclarecedor significado: la renovación del contrato de Messi en 27 millones de dólares anuales que el periodismo, para realzarlo, redujo al valor hora - cifra que mejora un poco el salario de una empleada doméstica -. "Está bien que así sea", señaló un conocido periodista deportivo, agregando luego: "Se lo merece". Lo que no dijo es porqué se lo merece. Y creo que tampoco podría hacerlo no bien se pusiera a pensar fuera del paradigma impuesto por la cultura del siglo XXI. En cambio podría entender las causas de esta violencia que condena la iglesia argentina - la muy hipócrita -, no bien advirtiera la tremenda desigualdad que desnuda el celebrado contrato. Si Messi merece ganar más de 3000 dólares por hora y el equilibrio del mundo responde a ese merecimiento, entonces está bien que la mortalidad infantil esté en los niveles que está y que la desocupación alcance el guarismo actual y que la línea de pobreza no descienda más. Dirán los ingenuos mal intencionados que nada tiene que ver una cosa con otra, y que los bien habidos dólares de Messi no provocan las calamidades del mundo. Patrañas. Precisamente los dólares que gana Messi, punta del iceberg que oculta su efecto multiplicador en manos del poder, son causa y efecto de esa desigualdad que la iglesia no suele denunciar, más bien calla, sobre todo cuando los regímenes de turno mantienen sus prebendas a cambio de silencio. El contrato de Messi no sólo es una expresión de desigualdad sino que el periodismo imbécil - el que cambia imbecilidad por buenos sueldos -, la presenta como un gran logro naturalizando un mundo que cada vez más privilegia el circo sobre el pan. Antes al menos, ambos elementos se necesitaban juntos para manejar multitudes, ahora se tiende más a vaciar el estómago de nutrientes y a reemplazar ese gasto inútil con espejismos inhalados.
           Es increíble - y doloroso - advertir con qué frescura colocan excremento en una jaula de canario, y nos sugieren que esperemos dócilmente el gorjeo. Y lo más triste es que esperamos...