lunes, 17 de septiembre de 2012

¿Construir ideas o realidad?

A raíz de la "Marcha del odio", así llamada por el tono emocional de las consignas, a veces ofensivas -"¡Chorra!", "paso previo a la debacle", "dictadura", "mordaza a la libertad de expresión" -, Clarín tituló el hecho:  "Creen que Cristina desoirá la protesta y no hará cambios", en base a 8 consultoras que según el diario afirman que "la Presidenta fue el eje de las críticas" y "debería tomar nota de las demandas".
Como suele ocurrir, el desarrollo de la noticia desdice el título donde destaca, ante todo, un sujeto borrado. "Creen" alude a un "ellos" inespecífico al que el lector suele adscribir de modo acrítico. Tomando el reclamo válido - inseguridad, cepo cambiario, estilo informativo, cadenas nacionales -, si se analiza una a una las 8 opiniones, se advierte que el aludido "desdén" presidencial, no es más que una confirmación de mantener las políticas de inclusión blandidas en la campaña electoral, algo que de no ocurrir tiene ya título: "El Gobierno admite su error". Así las cosas, mantener o no las políticas siempre será desaprobado por los instigadores del "odio". Lo que sí realmente es malo para quienes fogonean cambios, y nunca definen cómo y hacia dónde, son las políticas que limitan su poder económico jaqueado por la búsqueda de igualdad en la distribución de la renta. Y la oposición política, instigada por ese poder económico, tampoco se esmera en marcar errores de ejecución en esas políticas de estado, que además de igualar, de paso siguen beneficiando a sectores de poder afín al gobierno, en detrimento de una clase media - también a redefinir -, que padece como efecto secundario la mal buscada igualdad. Dicho de otro modo: está bien igualar, pero con medidas bien implementadas. Por ejemplo, el Gobierno podría perfectamente destrabar el cepo cambiario para pequeños ahorristas anotados en ese reclamo, y demostrar con el sostenimiento de una política de crecimiento y consolidación de nuestra moneda, que tal forma de ahorro es inútil e innecesaria, como ha demostrado con la realidad misma cada anuncio apocalíptico opositor.
Los 8 consultores mencionados - dicho sea de paso tampoco son pitonisos -, destacan principalmente el fenómeno de una oposición víctima de su propia inoperancia, por la vacuidad intelectual y su histórica adscripción y connivencia con grupos de poder económicos que nunca se atrevieron a enfrentar, cosa que sí hizo este gobierno.
En cuanto a los otros dos reclamos "válidos": inseguridad y excesiva cadena nacional, el primero es un fenómeno de naturaleza social que apunta al gobierno nacional, provinciales, municipales e incluso el poder judicial. Si bien es cierto no cesará con mayor represión, exige políticas más activas en el tratamiento del delito "inmediato", sin perjuicio del tratamiento "mediato" a través de políticas inclusivas, pero no "blandas". Suponiendo que se acuerde con recuperar al delincuente, no debería ser al precio de excluir al ciudadano que respeta la ley. Finalmente la cadena nacional puede ser tediosa, es cierto, pero también es un recurso y hasta una obligación del gobierno de turno, informar acerca de su gestión, claro que también debería dar cuenta de los "pendientes". Un país que viene creciendo no debería permitir que el trabajador viaje en las condiciones que lo hace a diario. Para advertirlo, bastaría que el gabinete en pleno viaje en el Sarmiento en hora pico, se atienda en un hospital público, o haga la prueba de vivir un mes con el salario mínimo del Indec. Se trata de poner el cuerpo a la realidad, no palabras y números. Menos aún construye publicar una caricatura de la presidenta con gesto de gozo. En suma: ni odio opositor, ni ingenuidad oficial.





viernes, 14 de septiembre de 2012

Cacerolas sin guiso

Esta columna aspira a no ser irreverente, sí en cambio se permite despuntes de humor que, además de arrancar una sonrisa, proponga reflexiones esclarecedoras. El título al menos lo pretende, al señalar el destino forzado de esos improvisados bongoes de acero, pensados para cocinar jugosos chupines y fragantes pucheros. El aludido cacerolazo representó una variopinta muestra de insatisfacciones sociales que la hegemonía mediática retradujo en acérrima condena al gobierno. Entre otras, algunas pancartas reclamaban Basta de diktadura, No a la inseguridad, Despertate, Queremos comprar dólares, Que se vayan todos No a los impuestos, una diversidad que definió urgencias perentorias junto a banalidades, mezclando evasores, obnubilados, temerosos, deportadores, insomnes y numismáticos terminales.
Más allá de infaltables interpretaciones que pretenden colorear el tono de la reacción, había claramente un malhumor multi-referencial; también mero deseo de expresión, logro que invalida el despiste de muchos reclamando Queremos expresarnos. Vale destacar que nunca en la historia reciente, ha habido un reclamo masivo tan ejemplar en el sentido del orden observado y la multiplicidad de sectores participantes. A pesar de la difusión que tuvo el cacerolazo, no todas las minorías lograron prensa, algo injusto, sobre todo que también coadyuvaron a hacer más voluminosa la expresión que, reiteramos, se interpretó intencionalmente sólo como una condena a la gestión nacional, cuando en realidad podían distinguirse múltiples destinatarios.
Entre otros, los curas de una parroquia céntrica, en uso de esa misma libertad que habilitó el reclamo, portaron un tímido cartel pidiendo Mimo libre, legítima solicitud que aspira a recuperar una sana función natural, además de bajar el porcentaje de pederastia en el clero; Dios no quiere cosas sucias. Otra expresión atendible era Basta de vueltas, de la Asociación de Calesiteros, blandiendo también un No a la sortija, causa epicondilitis; también se vio Estamos hartos del modelo K, enarbolada por las concesionarias Ford. Y Tercera Edad, asociación civil, pedía con motivo No más jubilaciones, para evitar las largas colas en el banco, expresiones todas que revelan un cúmulo de pluralidades. Faltaron solo los esquimales exigiendo créditos blandos para heladeras Muy distinto a los indignados españoles, cuya protesta unificada revela la existencia de una mayoría tiránica, empeñada en poner piedras en el camino de sus abnegados gobernantes. Mal ejemplo para las democracias del planeta.