miércoles, 28 de noviembre de 2012

¿Periodistas inmunes = Periodistas impunes?

Es tan grosero el traspié de Clarín al denunciar a periodistas partidarios del oficialismo por incitar a la violencia, que también resulta grosero sumarse a la condena. Incluso queda la sensación de que hacerlo implica cierta despersonalización, como si no fuera posible hacer otra cosa que repetir como loro: Debe permitirse la libertad de expresión sin que puede judicializarse ninguna denuncia contra ningún periodista "aún cuando mienta", expresión ésta última de la misma presidenta. Este fanatismo con la libertad de expresión es al menos discutible, algo así como que no es posible hacer nada con la sacrosanta palabra vertida por cualquier representante de la variopinta corporación periodística.
Embozada en el engañoso respeto a la libertad de opinión, pareciera ser que detrás de esta amnistía previa a todos los dichos posibles, se está asegurando impunidad a los dueños de la palabra, únicos con aire y centímetros para verter opinión; porque esos periplos que hacen algunos, micrófono en mano, esos granizos de celular y esos prende y apaga de inimputables, nadie sensato puede calificarlos como democratización de la palabra. Ser más papista que el Papa implica ser más santo que Dios y más demócrata que el voto, una versión posmodernista de la palabra donde nadie puede exigir silencio sin ser considerado fascista.
El periodismo es una profesión, como ser médico, zapatero o taxista; todas con modelos tácitos de buen ejercicio, cuya violación es causal de reclamo y eventual sanción. La mala praxis, la estafa comercial y el mal desempeño de las funciones son figuras que la legislación tipifica como punibles, de modo que el médico no debe equivocarse y matar, el zapatero debe garantizar sus arreglos, el taxista debe llevarnos por el trayecto más corto para no abusar, y un funcionario no puede malversar fondos. ¿Por qué entonces un periodista, que dispone del arma más formidable para distorsionar la realidad en el uso de un medio público destinado a informar, no puede ser sancionado por mentir? Pareciera que el afán de proteger esta profesión, quizás la más sospechada de todas, es garantía de correcto ejercicio democrático. Y no es así. El poder mediático de un periodista lo obliga a ser veraz, caso contrario debe hacerse cargo judicialmente de su mendacidad. Capital lingüístico, expresión atribuible a Paul Bordieu, es un concepto útil a revisar. Y debe interpretarse esta crónica como una convocatoria a la reflexión, no como una afirmación de que tal o cual periodista miente o no, sino que es posible que lo haga - de hecho ocurre - y que en tal caso debiera merecer sanción.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Cultivar marihuana ¿sí o no?

La peligrosidad de la palabra adquiere enorme gravedad cuando toma dominio público, y paradójicamente solo en público es efectiva, de modo que es inevitablemente peligrosa. Pero también debe aclararse que lo es tanto más, cuanto mayores sean los destinatarios, aspecto que permite advertir la importancia de los medios como vehículos de construcción de la subjetividad. Y no sólo por esto es peligrosa sino por su capacidad de tergiversación, al punto tal que puede testimoniar la fugaz idiotez de alguien inteligente, del mismo modo que es capaz de asignar lucidez al idiota que aprovecha aquella fugaz estupidez, para intentar convencernos de que alguien inteligente no lo es a causa de su desliz momentáneo. ¿Difícil no? Es que no puede ser menos, tratándose de una magnitud tan particular como la lengua, siempre apócrifa por ser remedo de la realidad, siempre necesaria por ser el único vehículo capaz de representarla.
El error de la diputada Cerruti al decir que tiene una planta de marihuana no es tenerla, sino haberse expuesto al retruécano por haberlo dicho en público, precisamente en un momento de la historia donde de a poco va entendiéndose la importancia de los medios, cuya consecuencia a largo plazo seguramente será terminar con los idiotas que señalaron su idiotez para desmerecer su inteligencia.
A propósito de idiotez e inteligencia conviene aclarar que no son atributos exclusivos y excluyentes. Ni Cerruti ni sus detractores, ni nadie, es sólo una u otra cosa sino ambas. La fina balanza que mide estas magnitudes tampoco es propiedad de alguien en exclusiva, de modo que nunca podremos tener certeza de dónde está una y otra. En todo caso en el mayor o menor ejercicio de alguna de esas habilidades caerá el adjetivo que califique. En la historia de la protagonista - Cerruti, no la plantita -, abundan más lucideces que oscuridades, lo que no la exime de merecer condena por su momento de idiotez. En sus detractores la ecuación es exactamente igual pero inversa, lo que tampoco impide que admitamos la crítica, pero repitamos: no por tener la plantita sino por decirlo. No obstante, a modo de premio, aceptemos que esta vez golpearon donde duele, y premiemos entonces el contraste. Alguna vez los idiotas también tienen momentos de lucidez aunque la empleen para confirmar su propia estulticia. Fumá tranquila Cerruti, pero en privado.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Ley de medios o de miedos

Parece un título de Berman - no Ingmar, el rabino; también Farinello era lamentable pero se sacaba el disfraz de religioso al menos -, sin embargo en eso pretenden transformarla quienes la presentan como un avance contra la libertad de expresión. En esta eterna partida de ajedrez, donde cada jugador sacrifica cuanto trebejo se le ocurra - total, siempre habrá una nueva partida por jugar -, el entretenimiento próximo será la puja en torno al 7D, alrededor del cual se vienen gastando millones en lavar cabezas. Curiosamente las mismas razones que arguyeron quienes aprobaron la ley, es la que ostentan sus detractores: asegurar libertad de expresión en los medios. Cuando se aplica una fuerza en sentido norte y otra en sentido sur no hacen sino neutralizarse. ¿No será que nos entretienen con eso para que nadie advierta que el sentido correcto es otro?
Veamos. Ya que las tendencias abogan por lo mismo revisemos qué es la libertad, eso tan maravilloso que ambas invocan. ¿Ser libre es comprar dólares a precio oficial - porque en las cuevas sobran -, o tener dinero para comprarlos? ¿Roca, Macri, De Narváez, son menos libres por pagar el dólar 6,30? ¿Rossi, Conti, Fernández, son más libres después de nacionalizar Aerolíneas e YPF. Si uno los oye hablar por los medios que hoy están en el ojo de la tormenta, sean quienes sean sus dueños, seguramente el primer grupo  barrenará sobre palabras, puros sonidos, flatus vocis, para demostrarnos que son menos libres con el dólar a 6,30. Pamplinas. Y el segundo grupo hará lo mismo para asegurar que las nacionalizaciones nos hace más dueños de nosotros mismos. Tampoco es creíble. El empleo del verbo creer no tiene aquí sentido teológico, simplemente surge de observar la realidad: yo sigo consumiendo transportes para ganado, no para personas, y padezco un tránsito endemoniado a causa de la inoperancia oficial y el crecimiento del parque automotor, gracias al viento a favor bien capitalizado por las terminales automotrices, promoviendo una ciudad caótica que ha perdido calidad de vida. ¿Tiene la culpa el gobierno o la oposición? Sólo puedo responder de modo tangencial: el pueblo no la tiene; los "simples" nos hemos ocupado toda la vida en trabajar y cumplir las leyes, no sabemos de palabras, sí de carencias, horarios y obligaciones, sin embargo nos encontramos con esta realidad. Es muy triste, una tristeza que embarga a la mayoría, del 54 y del 46% restante.   

jueves, 15 de noviembre de 2012

¿Otra amenaza?

A raíz de una nota periodística en la que alguien objeta a un familiar su postura política, parece ser que la novísima crítica a la polarización de ideas inaugurada por la fuerte adhesión al gobierno - el "relato" según la oposición -, es que la misma divide a la familia, destruye amistades, fractura sentimientos, y amenaza con pulverizar la paz. Algo así como un apocalipsis mental que inevitablemente sumirá a la república en un pavoroso caos, no menos grave que todos los anunciados antes y jamás verificados en la realidad. Pero, claro, este sí lo hará. Y nadie ignora que la amenaza más temible es siempre la última.
No sólo resulta ingenuo pensar de este modo, sino que ese "relato" es otra construcción, de quienes creen descubrir en cada mensaje una aviesa intención de construir subjetividad. Lo curioso es que siempre ha sido así, y precisamente ahora es que la gente comienza a advertir este fenómeno, aunque de momento no haya modo de neutralizarlo. Que las interpretaciones acerca de la realidad o las ideas, difieran, es otra historia, pero no hay nada mejor que confrontar, analizar, criticar, comparar, releer, y sobre todo revisar el discurso del periodismo - al fin quien nos "habla" -, y cotejarlo con los anteriores, incluso dentro del mismo medio. El defenestrado 6,7,8 nos ha enseñado eso, y aunque el gobierno también fragüe cosas, el mago que revela sus trucos finalmente desaprueba el ilusionismo, caso contrario conservaría in péctore el secreto mecanismo.
Es ingenuo ver como a partir de la rivalidad ideológica, los ingenuos acusan de ingenuos a los ingenuos. Y viceversa. Y más ingenuo es creer descubrir la ingenuidad en el otro, antes de advertir o al menos sospechar ¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueños y agonías? 
Corolario: La ingenuidad consiste en tomar partido por cualquier forma de poder - político o económico -, hoy circunstancialmente enfrentados pero esencialmente unidos en su índole. La dicotomía real consiste en el eterno enfrentamiento amo-esclavo, bendito Hegel. Mientras nosotros, ingenuos esclavos, discurramos a favor o en contra de alguno de ambos poderes, seguiremos prisioneros de alguno. E incluso podemos esperar que vuelvan las oscuras componendas entre ambos. Esas, como las golondrinas, regresan siempre. Sepamos de paso que el poder político alterna, el económico jamás.   

miércoles, 7 de noviembre de 2012

8N ó 9D

En esta suerte de batalla naval, el primer misil cae fuera del tablero, es nada, ni siquiera agua. El segundo no sólo cae adentro, sino que también produce avería, pero acaba siendo inocua. Intentemos analizar por qué.
Aquellos que dicen no sentirse identificados con el gobierno y adhieren al 8N, integran la nada ideológica; parecen ignorar en qué consiste el mecanismo que opera la representación democrática, ya que en la última elección votaron, al 54 % o al resto. Si para justificar el acto aducen haberse equivocado deben revisar por qué siguen jugando como siempre, si en cualquier juego la banca gana; son jugadores compulsivos, forman esa población ingenua que cree participar sufragando. Cuando advierten el engaño y pretenden repararlo caceroleando vuelven a confundirse, no advierten que el poder económico - el único, como Dios -, permite soltar algunas flatulencia pero jamás evacuar totalmente el intestino. La analogía es de mal gusto pero resulta bien fidedigna, el electorado siempre debe retener las heces adentro. Creen que hacer ruido los visibiliza.
Los del 9D, en cambio, averían la rumbosa nave enemiga, y eso es bueno, pero caen en otro recurrente error: creer que las heridas infligidas al poder económico disminuye el ejercicio del poder. No es así, el ente se alimenta de su propia sangre, aun herido de muerte renace como el ave fénix para seguir expoliando al mundo. De paso alienta el argumento de que el gobierno se cree dueño de la verdad y avanza sobre la libertad, claro mensaje de que el monstruo se arroga encarnar ambas cosas. Lo grave es que una porción de descerebrados responde a estas consignas y cree que de ese modo gravita. Son como los padres del dolor que ante la pérdida de un hijo reclaman justicia, como si la misma se administrara desde alguna repartición, cuando la causa es el deterioro social, entre otras cosas debido a políticas exclusivas alentadas por los autodenominados adalides de la libertad. Pero peor aún es que el poder económico tenga resto para permanecer agazapado, y socavar al enemigo empleando a esos ingenuos que, así como actúan el 8N, salen a golpear Bancos cuando les confiscan sus ahorros o piquetean rutas para objetar políticas de inclusión. Otra minusvalía del poder político en franca pugna con el económico, es que su fuerza es finita. La del otro no, y a la vez cuenta con un multitudinario ejército de torpes marionetas agitadas mediante hilos mediáticos.