miércoles, 15 de mayo de 2013

Hechos y lugares

Este blog suele comentar hechos y circunstancias que dan lugar a noticias generalmente mal comentadas, ya sea por impericia o por excesiva pericia en distorsionar la información. Pero también hay otros episodios, incluso sitios significativos de la ciudad que no responden a la agenda que los medios pretenden instalar, y justifican ser revisados bajo una mirada crítica; ellos también aportan datos para una mejor lectura de la realidad. Es el caso de la Villa 31, gueto enclavado en el corazón de Retiro que la mirada "culta" niega por correrse del imaginario de ciudad luz, progresista, residencia de Dios y vestíbulo del paraíso. El deseo de que no forme parte de la ciudad no elimina el fenómeno, la villa sigue allí, a espaldas del vértigo de Retiro, como crudo testimonio de la realidad, Y cuando un asentamiento perdura tan a contramano de la historia y la geografía, reclama algún ojo escrutador que explique su verdadera naturaleza. La Villa 31, formidable muestra de realidad social, constituye un duro contraste frente al crecimiento que, dicen, registra el país.   
Los asentamientos urbanos no son privativos de Buenos Aires, todas las ciudades del mundo tiznan su geografía con pinceladas virulentas, fenómeno alentado por un sistema sustentado en la mala distribución de la renta. Lo peculiar de la Villa 31, discutido conglomerado tan integrado a su barrio, es estar situado en una de las zonas de mayor costo de la tierra, y en su perpetuación a través del tiempo. Pero más allá de esta sospechosa perduración y del contraste que provoca, la imagen se torna un alegato contra el barniz de los discursos. La villa miseria, nombre exacto que algunos nominalistas intentan desodorizar, muestra que la palabra construye fantásticas promesas insostenibles frente a la insobornable realidad. La 31 implica, además, el fracaso de cualquier voluntad política que soslaye una lectura adecuada de esa realidad.
Deberíamos preguntarnos cómo un conglomerado urbano mayormente usurpador, desdeñoso de normas, que contraviene disposiciones vigentes para el resto de los porteños, e incumple obligaciones en materia de servicios, sobrevive sin que nadie pueda corregir la anomalía. El caserío donde apostolara el recordado Carlos Mugica - sacerdote que privilegió el cuerpo al alma, sobre todo cuando había sufrimiento -, llamado de distinta forma a través de varias décadas de existencia, es un perene recordatorio de que bajo la ciudad brillante, cuyo parque automotor de alta gama crece desbocado, bulle otra ciudad opaca que reclama investigar y reflexionar de un modo más comprometido esas pústulas naturalizadas, y con una frecuencia distinta a la clásica distracción vecinal, generalmente inducida por sectores interesados.     

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