miércoles, 13 de febrero de 2013

Carnaval: Batjin vs. Macri

Confiamos que Mauricio no juzgue ofensiva su comparación con el ilustre ruso. De paso tomarse el trabajo de husmear Gargantúa y Pantagruel desde Rabelais y su mundo, para comprender las significaciones que sugieren el carnaval, lo grotesco, lo colectivo y la desinhibición, teniendo en cuenta que las diferencias entre el siglo XVI y el XXI, no es 5 como seguramente le soplarían en ecuatoriano básico. También sabemos que no es fácil tratándose de Macri, pero es nuestra obligación de porteños estimularlo, también a nosotros nos jerarquizaría un Jefe de Gobierno que un buen día decida leer, y sobre todo pensar solo, desoyendo esos rústicos cantos de sirena que le cantan al oído sus asesores.
En su descargo debemos decir que la reinstauración del festejo carnavalero suspendido en la dictadura - los militares aceptaban sólo dos disfraces, el propio y la sotana -, no es responsabilidad suya, pero sí lo es su continuidad. Así como veta cuanta ley social promulga la legislatura aún con el voto del Pro, enreja lugares públicos y tala árboles con el cuento de mejorar el espacio urbano, bien pudo discontinuar este mal circo capaz de ser peor año tras año, probablemente una impronta de toda su gestión. 
Si se tomara el trabajo, advertiría que la creación cultural no va de arriba hacia abajo - esto últimamente es discutible por la acción mediática, los medios masivos diseñan y disciplinan subjetividades cada vez más eficazmente -, al menos la genuina, la que nace en el deseo inconsciente de establecer igualdades en las máscaras mezclando amos y esclavos, señores feudales y siervos de la gleba, funcionarios de vacación esteña e ingenuos laburantes porteños. Y también podría advertir una diferencia sustancial entre el mecanismo que operaba aquellos carnavales pantagruélicos y estos famélicos corsos procaces: en aquéllos, las máscaras ocultaban la verdadera esencia que a diario exhibía amos sinceros, crueles sin vueltas ni tapujos, y sumisos siervos incapaces aún de alzarse en busca de dignidad. Allí ocultos, los siervos se sentían integrantes de un colectivo que borraba estamentos. Aquí es distinto, Mauricio, en estos carnavales no hay que ponerse la careta, acá deberíamos quitárnosla. Así al menos sabríamos quién es quién a cambio de caos vehicular, ruidos molestos y cantos chabacanos.

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