sábado, 2 de abril de 2016

Turbulenta Evocación

Recuerdo vívidamente el escenario. La imagen se presenta obsesiva ante mis ojos y no puedo dejar de evocar la célebre "Fiesta" de Joan Manual Serrat, cuando entre el variopinto decorado del festejo asomaba el inquieto manto, ya no de banderas de papel verdes rojas y amarillas para que el cielo no vea, sino de globos amarillos rebotando en distintos cuerpos, alguno artrósico, quebrado en torsiones que pretendían emular a Freddy Mercury (muy fastidiado desde el cielo por la burda imitación), otro girando locamente en una silla como si el movimiento del carrito exorcizara dos piernas inútiles (lamentable que el dolor no siempre sirva para entender el dolor y desde esa vivencia combatirlo), un  tercero meneando la magra silueta arrebatada a la obesidad (vaya a saber dónde nacía la adicción) y anunciando que era un día de alegría porque de allí en adelante iba a ser todo distinto. Y vaya si lo fue. Tanto fue distinto (e igual a todo) que tras la cuaresma de ese luctuoso carnaval vino la anunciada crucifixión de todo un pueblo, hoy caído bajo el estigma del sinceramiento.
No es una cuestión política, tampoco económica, ni siquiera social, aunque cualquiera de estas disciplinas admite un abordaje de nuestra turbia realidad. Es una cuestión antropológica: se trata de saber qué es el ser humano, quiénes integran la categoría, y desde allí establecer escalas de valores.
Nadie está en condiciones de dar fórmulas mágicas o posibles para solucionar la problemática si antes no distinguimos a ese actor central: "el ser humano". Pero sí estamos en condiciones de afirmar desde aquí, sin que nadie pueda objetar nuestra conclusión, que la merma en la utilidad de una empresa (algo que la mafia amarilla quiere preservar) no es equivalente al salario del trabajador (algo que la mafia sindical debería defender en lugar de ignorarlo; porqué sera?), ambos conceptos son antagónicos e inversamente proporcionales, a más de uno menos de otro. Por eso la discusión entre las dos facciones en pugna (la tercera es una fantasía acomodaticia) jamás tendrá un punto de tangencia, menos aún de acuerdo. Cuando una empresa reduce su utilidad nada grave sucede, apenas una disminución de la tasa de retorno del capital, algo que no duele en ningún cuerpo. En cambio cuando el salario se reduce, o peor aún: desaparece, duele el frío en los cuerpos pobres por falta de abrigo, duele la vacuidad en las pancitas infantiles por falta de alimento, duele la fiebre en los enfermos por falta de remedios, duele en el futuro de los pibes la educación arrojada a una ignorancia provocada por una ambición de minoría, duele la realidad en quienes ya no acepteremos beber más la copa de la palabra política, menos aún cuando las soluciones invocadas deben venir de las manos de quienes ya nos sumieron en la postergación una y otra vez. Es hora de preguntarnos para qué sirve la democracia. Lo riesgoso es descubrirlo.

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