miércoles, 2 de noviembre de 2016

Disputas estériles

Abruman las polémicas inútiles que a diario suceden en los medios, invariablemente referidas a la responsabilidad que liberales y populistas se imputan mutuamente sobre las miserias que desde siempre castigan a la Argentina. Es muy sencillo demostrar que ninguno y ambos participan de las mismas: desde los albores de la historia este país ha estado signado por una marcada diferencia entre dos sub-naciones perfectamente diferenciadas: indígenas y conquistadores al principio; españoles y criollos más tarde; realistas y revolucionarios durante la independencia; federales y unitarios litigando sobre el centralismo porteño; oligarqía agrícola-ganadera versus pueblo postergado (local e inmigrante) hacia fines del siglo XIX; conservadores fraudulentos frente al incipiente radicalismo popular a principios del siglo pasado; gobiernos democráticos (radicales y justicialistas) ante golpistas cívico militares durante el segundo tercio del siglo XX; y finalmente gobiernos de cuño popular versus derechas neoliberales. Y siempre la alternancia entre ambos sistemas ha dado como resultado la inefable "pobreza estructural", de modo que ambas facciones en pugna han fracasado.
Demostrada la ineficiencia bilateral agreguemos que el fenómeno actual no es nuevo. Más aún, tiene resonancia regional, pero difiere de los anteriores en que la antinomia es puramente ideológica con un agregado novedoso: el triunfo de la derecha ha llegado por vía electoral, cierto que la puja previa se libró mediante conceptualizaciones e ideas, que colonizaron cerebros a través de los medios en poder de uno y otro bando, al que debe agregarse una justicia que hoy ha quedado expuesta por su ofensiva parcialidad (también hacia uno y otro lado). Desde luego, las derechas más suculentas en materia económica prevalecerán siempre en la competencia. Al populismo solo le queda "la calle". Pero también podríamos preguntarnos si acaso alcanza con la inoculación mediática para decidir una elección. Y precisamente la respuesta afirmativa revela la gravedad del problema, sobre todo que cuando insistimos en interrogarnos si el argentino medio puede puede ser tan idiota como para comprar realidades biplanas de hasta 42 pulgadas, debemos admitir que efectivamente constituimos un dócil rebaño capaz de creer que vamos en el buen camino cuando el bache más pequeño tiene el tamaño de un cráter, o que vivimos en un paraíso cuando la llamarada más pequeña del infierno nos lame la garganta.
La dicotomía hoy no es partidaria, se ha reducido a una cuestión ética y de cosmovisión del mundo. Se trata de saber si el ser humano debe anteponerse a la "economía" (esta sería la versión populista) o si es exactamente a la inversa (versión neoliberal) de modo tal que la salud de la nación deba leerse en términos estadísticos (además nunca fiables). Dicho de otro modo, la puja es entre el humanismo visceral de los que menos tienen a quienes les haría bien una cuota de pragmatismo, y el dogmatismo práctico del neoliberalismo poderoso a quienes les vendría muy bien abandonar el enlatado de Adam Smith y entender que la vida y el triunfo no es numérico, más bien debe medirse en términos de igualdad. La inevitable desigualdad que siempre habrá de existir entre los hombres debería estar marcada por la voluntad personal de cada uno y no por la decisión de unos pocos.
En este blog preferimos vivir felices en un país pobre (tal como la derecha dice haberlo encontrado) a vivir angustiado y morir a plazos (un poco cada día) en el país rico que promete este gobierno. Y entre ser gobernado intentando combatir la pobreza (a pesar del fracaso) y ser saqueado por los señoritos diestros, nos quedamos con la primera opción, al menos sentimos el gusto por haber intentado algo en favor de los más necesitados.

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