miércoles, 9 de noviembre de 2016

Honrar las deudas

La palabra honra es una exaltación de signo positivo que puede aludir a diversos destinatarios: la memoria de alguien, la conducta moral, etc. En el más engorroso vocabulario político se emplea hoy para referirse al pago de las deudas contraídas por un país en el sentido de que "deben" pagarse. Al menos ese significado ha venido utilizando el gobierno para justificar la urgente necesidad de saldar aquellas cuyos beneficiarios (Melconian entre otros según trascendidos), no aceptaron la refinanciación gestionada en su momento por el gobierno anterior. La pregunta sería: ¿es posible "honrar" una obligación nacida en el espíritu de acumulación del acreedor a expensas del dolor y la postergación del deudor? Cierto es que quien toma un préstamo debe hacerse cargo de su cancelación (por algo los Bancos no le prestan a los pobres), pero no lo es menos que quien lo otorga debe tener en cuenta el sentido del mismo y sus posibilidades de satisfacción en un contexto normal.
Por si alguien no lo sabe en los grandes latifundios sudamericanos era frecuente que los campesinos con magros salarios, al servicio de grandes patrones que los sometían casi como esclavos, se endeudaran con ellos de modo tal que su salario de por vida no alcanzaba para cancelar semejante obligación. La literatura de ficción (pero no tanto) denuncia en algunas valiosas obras que dichas deudas eran cobradas por esos señores con...¡hijos! Efectivamente, tal situación propiciaba la cancelación de la misma por algún hijo que el deudor debía gestar para ponerlo al servicio del amo.
Seguramente los señores del gobierno se santigüarían frente a semejante exceso. En un país con la pobreza estructural tan denunciada hoy, la "honra" de la deuda pagada a los fondos buitres el año en curso es absolutamente asimilable al mecanismo más arriba denunciado. Se paga con hijos argentinos condenados a esa misma pobreza estructural que el gobierno declama a viva voz. No es cierto que la regularización de dicha deuda debiera provocar la afluencia de capitales. Y aún sucediendo dicha respuesta tampoco es cierto que dichos capitales desembarquen en la Argentina con intención de paliar nuestra pobreza estructural. El capital no fluye para eliminar desigualdades sino para provocarlas, este es el punto de conflicto y no el hecho de que vengan o no. Es bueno incluso que el capital privado no se haga presente para corregir las miserias sociales. Su cometido, muy bien encubierto por un discurso naturalizado en nuestra sociedad, es la necesaria formación de bolsones de pobreza nacidos al amparo de su voracidad. En tal sentido es tan nocivo el capital extranjero como el nacional. La ventaja de este último es reducir la lucha geográfica contra el mismo, o en el peor caso a la investigación de las cuentas ocultas en paraísos fiscales radicados en el exterior. Pregúntese el hombre común porqué la justicia no condena estas cuentas cuyos titulares son ya conocidos, y porqué los medios hegemónicos no las denuncia con el énfasis necesario para castigar la tácita evasión fiscal que su existencia revela. Pregúnteselo el hombre común, pero también respóndase.

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