miércoles, 28 de marzo de 2012

MARZO SUGESTIVO

Además del otoño, marzo inaugura dos eventos: las sesiones ordinarias del parlamento y la programación de un clásico porteño: el Planetario. La trascendencia de aquellas es evidente, nadie ignora la importancia de ese proscenio republicano. Efectivamente, el Congreso constituye una puesta en escena teatral, modelo por antonomasia de la "representación". Allí están quienes nos representan, abnegados artistas que se invisten de otros para defender intereses ajenos. ¿Alguien acaso reparó en el alcance de este escandaloso término: "representación"? Representar es estar en lugar de otro, reemplazarlo, y nadie sensato admitirá que estos señores de labio diarreico y jerigonza abstrusa son capaces de ponerse en tan incómodo sitio. Al menos no se los ve en los trenes de hora pico, en las odiosas colas para obtener una tarjeta que permita ahorrar monedas, en las de renovación documental, registro, DNI, en las fatigosas esperas de los Bancos y otras humillaciones populares. Está su espíritu, no su cuerpo. Claro, la representación es simbólica, otro artificio del pensamiento para construir un andamiaje donde creemos estar pero no estamos. Se podrá aducir que los representados "elegimos" representantes, pero la elección, como toda acción de la realidad, filtra por el tiempo como agua entre los dedos. Y desde Agustín de Hipona, nadie ignora que el escurridizo tiempo es aquello que creemos conocer hasta que nos preguntan por él. De modo que la elección es un momento mágico: congela y prolonga la realidad durante años. Asumamos que al dejar mi voto elijo, pero ya no puedo renovarlo hasta el fin del período, no puedo interrumpir el juego teatral, la tecla me queda pegada al dedo y en lugar de escribir mi vida, reproduzco una estúpida letra mientras otro la escribe por mí. Un malabar me ha quitado la mismidad por varios años, grave patología ontológica que deviene tragedia, cuando advierto que no sólo me ha ocurrido inadvertidamente, sino que también volverá a ocurrir. ¿Por qué? Aquí comienza a jugar el otro evento. Lúcidas autoridades porteñas han invertido en las instalaciones del Planetario instalando un proyector Megastar II A que muestra estrellas de hasta una 11° magnitud, equivalente a más de un millón de estrellas más que cualquier planetario convencional. Con semejante tecnología hemos mejorado enormemente nuestra proverbial tendencia a distraernos con abalorios de conquistador. Mientras miramos la luna y las estrellas, nuestros fatigados legisladores nos representan. Qué quiere que le diga, yo preferiría dar una mano, ser yo mismo siempre, ¡estoy tan acostumbrado a mí mismo!, pero no sé cómo diablos hacer. Quizás alguno pueda arrimar una idea.

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