jueves, 20 de diciembre de 2012

Ninguneo: una nueva mirada

Conmoción: Un hombre mató a sus empleadores y luego se suicidó por una deuda de dinero. Consultado un siquiatra al respeto señaló que estas personalidades tienen una escala de valores distinta al común de la gente, junto a cierta tendencia a propiciar y actuar un orden más justo, fuera del vigente. Por otra parte, un psicólogo mencionó que en ciertas personalidades, el ninguneo de la persona y su descreimiento de que el orden legal pueda ofrecerle justicia, es decir, la imposibilidad de obtener lo que legítimamente corresponde, puede disparar conductas condenables para la moral vigente. Si a este caso y a estas opiniones, agregamos la idea tan cuestionada de locura tratada por Foucault, podemos echar una mirada distinta al hecho. Sobre todo revisar el episodio sin el contaminante "horror" que causa, y tomando distancia de la condena liviana sobre un hombre cuya labilidad emocional y su nula posibilidad de obtener respuesta a su reclamo, en una sociedad que sólo cuida ciertos estamentos sociales en perjuicio de otros, lo hace doble víctima: por una parte queda fuera del mecanismo que imparte justicia - tan alerta y veloz cuando quiere -; por otra, recibe calificaciones siempre amigas de la condena fácil, apelando a una locura funcional al orden actual, dejando de lado el espíritu crítico, más útil cuanto más arduo. La desproporción entre una deuda y un homicidio para nuestra valoración ética, es siempre un buen recurso para no revisar qué se esconde detrás de la locura.
En un mundo donde los bienes son escasos, las necesidades crecientes, y el estímulo a la posesión y consumo se ha convertido en un credo irrestricto, ¿qué clase de orden propicia un sistema que funciona no sólo aceptando la acumulación de bienes sino inspirándose precisamente en dicha acumulación?
El hombre no ignora que los icebergs son enormes bloques de hielo que derivan sin rumbo hasta que el calor los reduce, y que la cúspide emergente es mucho más pequeña que la sumergida. Sin embargo no deja de mirar maravillado la cresta sobre la línea de flotación, en lugar de reconocer que debajo está el sustento verdadero donde asienta la naturaleza del objeto. Claro, sumergirse es más trabajoso. La milonga recoge esta idea más sucintamente pero con idéntica fuerza: "La raíz del árbol no canta, canta la copa nomás".  

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