martes, 4 de diciembre de 2012

Periodismo vergonzoso

Pongamos que se apruebe sin cuestionar que el periodismo ponga frente a cámara a alguien abusada, que en su triste cautiverio ha sido víctima del sadismo más condenable - abuso sexual, esclavitud, obligación de ingerir excrementos -, pongamos que sí. Pero qué mecanismo impulsa esa entrevista: ¿El afán de informar para hacer visible al público las bajezas del ser humano, o exhibirlas impúdicamente en un cuestionario que de tan perverso podría ponerse a la misma altura del delito?
La repulsión que causó en su momento el caso de la mujer cautiva en Coronel Suarez, fue menor al que provocó el morboso cuestionario a que fue sometida por los multipremiados periodistas del canal que realizó la entrevista. Pero nada fue eso, frente a la sugerencia que le hicieron de que antes de auxiliar a los demás, proyecto que la mujer expresó tener en vista, cuidara de sí misma, una propuesta de tono eclesiástico que proponía hacer lo que ellos decían, pero no lo que hacían en ese momento. La justificación clásica del peor periodismo, la peor por otra parte, es que su obligación de "mostrar" hace visible lo que no debe ser. Y aunque lo ignoraran, efectivamente lo hicieron, porque esa entrevista fue una lamentable muestras de morbosidad malsana que no perseguía otra cosa más que sensibilizar al televidente con la repetición verbal de una experiencia que de tan traumática, resulta fuente inevitable de angustias de difícil erradicación. Es decir, la recomendación de curarse antes de ayudar a otros, aparente solidaridad, sólo podía ser posible luego de la entrevista donde fue sometida a la perversa evocación de los excesos padecidos. Al punto que concretamente se le preguntó, durante la hora de la cena para colmo, si efectivamente había comido excrementos. En descargo de los soberbios periodistas debemos reconocer que tuvieron el buen tino de no avanzar sobre si le había gustado o no, o bien a qué podía comparar el gusto de las heces. Pero seguramente ellos, habituados a la práctica, podrían habérnoslo dicho.
Nuestro último blog señalaba que permitir la libre expresión al punto de tolerar la mentira sin sanción hedía a exceso demagógico; poder hablar libremente no implica poder decir cualquier cosa. Ahora doblamos la apuesta, creemos que debería haber un amplio control, debate y difusión de los dichos e intenciones vertidos por todos los medios, habida cuenta de que el valor de la palabra construye opinión y se entromete en cualquier hora y hogar, convirtiendo a sus integrantes en constantes víctimas de la perversión periodística. 

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