martes, 18 de junio de 2013

Dónde está la intención

Juzgar la ética de un acto por la intención - el sueño de Kant - sería posible si el cerebro funcionara como una caja negra capaz de registrar el deseo mediante cierto mapeo neuronal y ofrecerlo luego como prueba. No negamos la posibilidad, pero hoy eso no está disponible. Es más aplicable el utilitarismo: juzgar por el resultado, un método también objetable pero que viene como anillo al dedo en materia periodística, sobre todo que últimamente los periodistas justifican su falibilidad diciendo que sólo reproducen noticias, es decir que al volcarlas no comprometen su opinión, por eso reclaman inmunidad - e impunidad -. Más constructivo y noble sería admitir el error acudiendo a la fe de erratas, pero algunos ejemplares prefieren la otra fidelidad: la fe de ratas, y salen a justificarse olvidando que la mera reproducción de una especie implica complicidad.
Vaya a modo de ejemplo el recurso empleado por mi vecino Juan para perjudicar a Pedro que no le caía simpático. Se presentó en la comisaría a denunciar que lo vio violando a una mujer; allí le indicaron que debía presentarse la mujer o al menos que él la identificara, cosa imposible por tratarse de una mentira intencional. Luego comentó a toda la vecindad que en la comisaría no habían querido tomar la denuncia de la violación observada por él. Consecuencia: en mi barrio odian a Pedro y a la policía.
Ayer, un periodista con apellido de filósofo mediático - por suerte ambos hablan, así se los identifica -, tildó de idiotas, cosa frecuente en él, a quienes le pidieron cuentas por haber leído una denuncia de coima en el fútbol en favor de un resultado que luego no se dio. En descargo suyo aceptemos que ignore el mecanismo formador de opinión a partir de la simple lectura de una noticia, al fin ya ha dado muestra de ignorancia en otros casos donde sí ha vertido opinión, pero en función de esa laguna cognoscitiva y abogando por un periodismo confiable, solicitamos a él, sus colegas y a todo quien corresponda, tomar nota de la importancia que tiene la palabra en un mundo donde la realidad ha perdido una dimensión - la profundidad -, convirtiéndose en biplana como la mágica pantalla televisiva - y como el cerebro de algunos periodistas -. 
El episodio del periodista cruzado con la mala fe de mi vecino da para pensar que también en ese cruce uno puede cotejar intenciones y consecuencias, haciendo la salvedad en favor del periodista, que él no tuvo intención de hacer daño aunque fue bastante ineficaz; del mismo modo que al reconocer la mala intención en mi vecino, también sabemos que, con eso y todo, jamás podría siquiera igualar la ineficacia periodística.

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