martes, 11 de junio de 2013

Un muerto nuevo

El título bien puede ser la expresión del sepulturero al ver ingresar un cortejo, pero también la de muchos amantes del fútbol después de cualquier partido. Ahora ni siquiera es necesario que defina un torneo o corresponda a determinada categoría; nada de eso, el fútbol mata en cualquier sitio y horario. Tampoco sorprende que se alce tanta voz indignada condenando la violencia en el fútbol, una reacción políticamente correcta, rápida, gratis y nada costosa; un pésame social equivalente al que uno da a la viuda, incluso hasta bajándole una mirada al perfil - disimulada, desde luego -, para descubrir bajo el luto las curvas e imaginarse recorriendo el circuito. Los indignados, sobre todo aquellos que rapiñan alrededor del fútbol - empresarios, dirigentes, periodistas, representantes, técnicos, y aun jugadores -, acaban superando en una semana el dolor por el hincha caído, y el domingo siguiente vuelven a saturar tribunas, cobrar buenos dineros por negocios y transferencias, hacer goles y gritarlos como energúmenos, sea que la pelota entre o roce el poste.
Lo que no se advierte es reflexión seria acerca del problema y medidas con voluntad de erradicarlo. Y si no se advierte es porque prevalece el interés de que la cuestión no se corrija, tal como en otros negocios que también cobran víctimas como si fuera un saldo inevitable, nada al fin frente a millones que sobreviven para seguir alimentándolo tras derramar una lágrima expiatoria. Si no, que alguien explique por qué las terminales automotrices fabrican vehículos que superan la velocidad máxima en cualquier lugar del planeta. También podemos entender que la complejidad del mundo cobra víctimas como cualquier monstruo mitológico, claro que si lo aceptamos deberíamos dejar de persignarnos horrorizados cada vez que devora alguna.
Otra mirada alrededor de estas muertes es advertir que los negocios que la alientan - negocios, no deportes ni pasatiempos -, tienen ya en su balance una cuenta de pérdidas donde van a parar los saldos trágicos. Un modo de oponerse a estas fábricas de fortuna de unos pocos, es no integrar la clientela, cándida mayoría que fecha a fecha paga mansamente una entrada para salvarse de la posible muerte ritual, una suerte de lotería al revés donde ganar significa no volver a padecer el fútbol, pero para siempre. O bien admitamos resignados que la tragedia forma parte del mundo. Al fin vivir es la principal causa de muerte.

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