viernes, 25 de octubre de 2013

Esperanza: ¿vana o no?

Según Borges la esperanza nunca es vana. Y es tan cierta la sentencia como eficaz la zanahoria, una analogía prosaica pero muy gráfica. También Kant, de férreos códigos religiosos, señaló a Dios, junto con el alma y el mundo, como algo necesario para el hombre. Si no contáramos con una mágica esperanza en el porvenir, el ser humano perdería el estímulo para seguir adelante, en cuyo caso caería víctima de encantos artificiales que sólo proveen un escapismo fatuo. ¡Si lo sabrán los carteles colombianos!
Los comicios reúnen esa ilusión pueril del párvulo primero mirando fascinado las aventuras de sus héroes. Todas las épocas han tenido los suyos, desde Súperman a Madagaskar, desde Mickey a las Gárgolas, creando un mundo ilusorio donde el bien y la felicidad se transforman en bienes de consumo al alcance de cualquier idiota o ciudadano común - Dios perdone la sinonimia -. Más allá de preguntarnos heréticamente qué extraño mecanismo repone esa mágica ilusión de que tras los comicios nuevos representantes lograrán un mejor estado de cosas, podríamos ensayar un juego distinto: imaginar qué sucedería si efectivamente todo cambiara y de pronto pudiéramos conseguir todo lo que nos falta a cambio de todo lo que nos sobra. La respuesta rápida sería que ya nada impediría disfrutar de un bienestar permanente, salvo que probablemente comencemos a extrañar aquello que, sobrante ayer, hoy escasea. ¿Será entonces que el conformismo y la permanencia en el mismo estado de cosas  es el camino a seguir? Esta pregunta la formularía un ciudadano común - sin sinonimia ahora -, pero seguramente la contestaría cualquiera de los candidatos que la semana próxima saltarán felices o explicarán circunspectos el porqué de la derrota, pero tanto unos como otros no habrán perdido de vista que la ofensiva sinonimia sigue vigente para poder continuar confundiendo discurso y realidad, un problema filosófico que ancla en la vida como ningún otro, pero que no parece ser advertido por quien corresponde. Si en cambio se nos preguntara cuál debería ser el rumbo para corregir este desparejo orden de cosas, no nos atreveríamos a responder por respeto al ciudadano común, en este caso poniéndolo a salvo de la asfixiante sinonimia. Y si acaso se adujera que las metáforas son demasiado complicadas para ser atendidas, deberíamos aceptar que sí, efectivamente lo son, pero no menos que la vida cotidiana, y sin embargo debemos enfrentarla. ¡Que Dios nos libre del domingo, pero más del lunes!

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