jueves, 10 de enero de 2013

Fragateando

Doña Josefa, mi vecina jubilada, es honesta, trabajadora y sensible, pero entre los vicios inútiles destaca la sinceridad, valiosa para este blog, donde lo imprescindible es pensar y escribir, o sea, estar fuera del mundo. Ella, entonces, resulta un excelente recurso para pulsarlo. Sus percepciones son verdaderas fotografías de la realidad. Precisamente por ella supe la algarabía que causó el regreso de la Fragata Libertad. Con plausible fidelidad me transmitió el entusiasmo que suscitó el retorno, la celebración por haber recuperado un símbolo de nuestra soberanía, el júbilo por el triunfo parcial frente a los fondos buitres, y hasta el desdén de unos pocos que, cacerola en mano, reprobaron el acto, quien sabe si por la aversión a la armada, a la presidenta, a tanto micro, o simplemente por afán figurativo; nunca faltan percusionistas frustrados en busca de un mísero escenario donde mostrar su arte. También es posible que fueran murgueros practicando.
Manos arrugadas, sonrisa buena, mi vecina vertió lágrimas de emoción ante tanto despliegue patriótico. No era para menos, todos sabemos la fuerza que tiene ese visceral sentimiento, no siempre entendido en otras culturas; desdeñamos a la Pachamama, pero la patria, ¡ah, la patria!, eso es distinto, qué va a comparar. Algo indefinible que sobrecoge el alma y propone sensaciones edénicas, algo capaz de limar asperezas e igualar desniveles, algo que nos transforma en seres de espiritualidad capaces de comprender el esfuerzo de todos y cada uno, para transformar esta Argentina en el vergel que merece ser; algo que auspicia perdonar deslices y diferencias intencionadas, de comprender que desde la inclusión también debemos ser tolerantes con la crítica opositora, empeñada en mostrar lo inadecuado de cada acción de gobierno, incluso de perdonar al periodismo que insiste en el error oficial de enviar la nave donde no convenía, como si hubiera océanos buenos y malos. La patria abuena, descomprime, sensibiliza, propicia abrazos entre enemigos y perdones impensados, hasta es capaz de hacernos festejar un gol en contra. La patria es maravillosa, y ser patriota aún más. La emoción de mi vecina ayer desbordó al final en el peor llanto, yo creí que por la patria, pero no, esa última catarata lagrimal una vez apagado el televisor, fue por el corte de luz a raíz de varias boletas impagas. El cajero del Banco - contó Doña Josefa -, a pesar de su empeño se revela un insensible, bajo ningún punto de vista acepta que pague sus facturas con patriotismo. ¡Y eso que el de ella es bien puro! 

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