sábado, 19 de enero de 2013

Rara consigna

Opinar sin argumentar y sin que nadie pueda objetarlo es infame, sobre todo cuando la opinión es vertida a través de un medio; del otro lado no hay más que oídos dispuesto a oír, sólo oír. Cualquier voz que se alce en favor de la libertad de sintonizar otro canal es, en la mejor versión, ingenua; en la peor, malintencionada. Ambas prescinden del ineludible modelaje cerebral que supone cualquier monólogo. El diálogo exige dos, rasgo inscripto en la índole misma del diálogo, y confirmado por el afán espurio de que el oyente/televidente se ilusione con participar llamando por teléfono, enviando fotos del último granizo, de algún accidente fortuito, o prendiendo y apagando la luz como muñeco de ventrílocuo. Esto es engaño puro, un tratamiento lamentable de la pseudo-participación en el colectivo "audiencia", y a la vez un mecanismo naturalizado hace tiempo en nuestra sociedad con clara intención de perdurar. Aun mínima, la reflexión alcanza para medir la importancia que tiene esta versión moderna de la domesticación.
Si este es el caso, qué sentimiento podría merecer alguien afirmando que una infidelidad conyugal debe negarse aún frente a la evidencia misma. No vale la pena extenderse en detalles sobre semejante disparate, pero como ejercicio debemos preguntarnos dónde se sustenta la afirmación, y cuál sería el fin de negar la realidad como no sea evitar hacerse cargo de su consecuencia. Como ejemplo de "picardía", el lamentable periodista deportivo que sostuvo el disparate, relató el caso de un famoso sorprendido por su esposa, que frente al reproche natural negó ser ¡él mismo! Entre el panel que lo acompañaba hubo tibias protestas, y alguna que otra sonrisa cómplice frente a la anécdota. Lo que no hubo fue reflexión seria, no sobre la anécdota, una actuación que premia el histrionismo como forma del engaño al costo de no ser quien uno es - acto válido en todo caso sobre un proscenio -, sino sobre la infección mental del periodista, clara propuesta de negar la realidad a cualquier precio. Esto es precisamente lo que a diario sucede a millones de seres privados de hacer un sano ejercicio de introspección, imposibilitados de reflexionar, asfixiados por una trama vital que exige la repetición contumaz de actos perversos, santificados por una sociedad incapaz de reaccionar frente a esos modelos propuestos. Ese obtuso periodista, ¿sabrá quién es?, ¿qué hace?, qué tipo de arma es la palabra?

No hay comentarios:

Publicar un comentario