sábado, 21 de mayo de 2016

Discusiones estériles

A diario presenciamos en los medios discusiones acaloradas (debate le llaman algunos periodistas que hacen de ello su agosto) acerca de las causas de la crisis, la ley antidespidos, la pesada herencia y todas las pestes que desencadenó el "sinceramiento". Incluso la mención del término "sinceramiento" es cuestionado por la oposición sugiriendo emplear su verdadero nombre: "ajuste". Así las cosas, la polémica se reduce a una puja semántica donde el mismo fenómeno es leído por el oficialismo como virtuoso mientras la opisición lo condena por vicioso. Francamente aburre. En esta noria en la que se anotan los necios que pretenden convencer al otro de lo contrario, hasta el término "pobre" resulta demonizado por muchos que creen ver en la ideología inclusiva, y aún en la prédica papal, una apología del "pobre" como si la bienaventuranza bíblica los premiara por su condición. La religión y la política no tienen nada que ver, pese a algunos sectores eclesiásticos comprometidos con la realidad social, y a no pocos políticos que se persignan ante la devastación que ellos mismos provocan. Los "pobres" aludidos en la bienaventuranza bíblica son una invitación a pensar en la otra vida como solución a sus males, una propuesta que resulta más bien funcional a los sectores dominantes que aseguran así la resignación de los hambrientos en lugar de enfrentar su ira.
Dicho esto, analicemos brevemente la "pobreza" que el iluminado Macri quiere reducir cero. Si hay alguien interesado en evitar la indigencia es el indigente mismo, y eso no significa una condenación de la riqueza como pretenden algunos. Al contrario, la riqueza es un estado ideal que nadie rechazaría por su sola condición. Más bien hasta merece una apología. Lo malo es que su concentración excluye. Más aún, no hay pobre que no desee ser rico, en cambio no conozco rico que aspire a ser pobre. La riqueza es buena, debe alentarse, pero también repartirse en proporción al esfuerzo, premiando en todo caso capacidades especiales sin que esto habilite la acumulación desmedida. La aspiración legítima de un mundo habitado sólo por ricos no nace de la avaricia del pobre sino de la profunda desigualdad generada por la distribución desigual de los bienes producidos en el mundo. Es curioso que el oficialismo llame "pobreza" a la "desigualdad". La pobreza es causa de muchos males que el pobre padece pero es a su vez consecuencia de la desigualdad, y esta no es un fáctum, algo que está inevitablemente en el mundo, es provocada; no es un mal que al estilo de la tragedia griega está signado por los dioses, es lisa y llanamente un drama provocado por los hombres, más precisamente por unos pocos, casualmente la clase política dirigente; la actual por acción misma, la de ayer por no apuntar con precisión al virus que la provoca.

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