lunes, 30 de julio de 2012

Verdaderas mentiras

Quejarse de la crisis de valores es casi un lugar común. Persignarse ante una toma de colegio también forma parte de la histriónica hipocresía que exhibe buena parte del periodismo y la política. Digamos de paso que escuchar al ministro de justicia soltar alegremente que tenemos un sistema carcelario poco menos que modelo, y que esa ejemplaridad se complementa sacando a los reclusos para participar de actos culturales, da al menos cierta cosquilla. Entiéndase: no es saña contra los convictos, que como mucho habrán quemado viva a alguna inocente, nada con tantas que hay, pero suena ingenuo sostener ese discurso frente a un sector de la sociedad, mayoritario, que reclama personalidad en el tratamiento del delito.
Así las cosas, la trampa consiste en sostener versiones antagónicas hábilmente construidas con imágenes  editadas y funcionales a cada versión, incluso bien argumentadas, que no hacen más que confundir. Desde este mismo blog se alienta permanentemente a desarrollar un sentido crítico que permita filtrar la intención política que subyace detrás de cada noticia, discurso, debate y/o entrevista. Pero digamos en defensa del exigido consumidor de noticias, que la artera habilidad editorial y la falaz argumentación empleada por los bandos en pugna - cada vez con mejores performances, ahora incluso apelando a otros recursos como falsas imputaciones mutuas y mentiras flagrantes -, complican esa tarea crítica. Nadie objeta que un periodista diga ante cámara que tal o cual funcionario miente, o que ese funcionario rebote la imputación; pongamos que tales conductas se inscriban en la libertad de prensa. 
Ahora bien, si desde los primeros pasos de la socialización del niño, sea el hogar, sea la escuela, enseñamos a no mentir y censuramos esa práctica, incluso aplicamos sanciones acordes a tales conductas, cómo puede ser que en los medios se mienta  descaradamente, sin que luego nadie ponga en vereda a los mentirosos. Porque oír a un periodista decir que el ministro de economía miente - sea cierto o no, en cuyo caso siempre hay una mentira en la expresión -, y que nada suceda en favor de la desmentida o no, pero con cierta ejemplaridad que marque qué no puede hacerse, equivale a mostrarle a un niño que observa la TV, que da lo mismo ser veraz o no. Por qué un niño no debería mentir si los adultos lo hacen todo el tiempo.
Periodistas y políticos ya no apelan a sugerentes condicionales, más bien emplean términos como "mentir", aplicado a funcionarios de la más alta jerarquía sin que se desmienta o no, sin que se aclare o no quién miente, cuestión que la guerrilla verbal no hace sino a contribuir a que las nuevas generaciones, naturalicen la mentira en tanto se ha convertido en una práctica empleada y validada por los dueños de la palabra.

1 comentario:

  1. Generalmente nos la tomamos con los funcionarios, ya que en el ideario popular,
    los consideramos nuestros empleados, quizás porque sus emolumentos, bastante
    significativos por cierto, son cubiertos por los impuestos que pagamos diariamente.
    (Un sueldo de 2000 pesos tributa el 21% de lo que compra, -aunque
    sean artículos de primera necesidad- En ese ejemplo equivale a 420 pesos; es como
    si realmente cobrara 1580. Sin considerar lo que ademas cobran en la nafta,
    en los cigarrillos, en la luz, el gas y en los mil y un impuestos inventados ó a inventar).
    Y esos empleados en lugar de informarnos y tenernos actualizados con la verdad,
    en forma agil, rápida, clara y trasparente, no siempre lo realizan, ó lo hacen cuando y como quieren y se les da la gana, e incluso con muestras de desinformación, lo cual da origen a los trascendidos, a las habladurías, a los habituales charlatanes y a informadores interesados ó directamente de mala leche.
    La buena información e inclusive la de debatir todas las veces que sea necesaria forma parte de las incansables obligaciones de nuestros representantes.

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