jueves, 22 de noviembre de 2012

Cultivar marihuana ¿sí o no?

La peligrosidad de la palabra adquiere enorme gravedad cuando toma dominio público, y paradójicamente solo en público es efectiva, de modo que es inevitablemente peligrosa. Pero también debe aclararse que lo es tanto más, cuanto mayores sean los destinatarios, aspecto que permite advertir la importancia de los medios como vehículos de construcción de la subjetividad. Y no sólo por esto es peligrosa sino por su capacidad de tergiversación, al punto tal que puede testimoniar la fugaz idiotez de alguien inteligente, del mismo modo que es capaz de asignar lucidez al idiota que aprovecha aquella fugaz estupidez, para intentar convencernos de que alguien inteligente no lo es a causa de su desliz momentáneo. ¿Difícil no? Es que no puede ser menos, tratándose de una magnitud tan particular como la lengua, siempre apócrifa por ser remedo de la realidad, siempre necesaria por ser el único vehículo capaz de representarla.
El error de la diputada Cerruti al decir que tiene una planta de marihuana no es tenerla, sino haberse expuesto al retruécano por haberlo dicho en público, precisamente en un momento de la historia donde de a poco va entendiéndose la importancia de los medios, cuya consecuencia a largo plazo seguramente será terminar con los idiotas que señalaron su idiotez para desmerecer su inteligencia.
A propósito de idiotez e inteligencia conviene aclarar que no son atributos exclusivos y excluyentes. Ni Cerruti ni sus detractores, ni nadie, es sólo una u otra cosa sino ambas. La fina balanza que mide estas magnitudes tampoco es propiedad de alguien en exclusiva, de modo que nunca podremos tener certeza de dónde está una y otra. En todo caso en el mayor o menor ejercicio de alguna de esas habilidades caerá el adjetivo que califique. En la historia de la protagonista - Cerruti, no la plantita -, abundan más lucideces que oscuridades, lo que no la exime de merecer condena por su momento de idiotez. En sus detractores la ecuación es exactamente igual pero inversa, lo que tampoco impide que admitamos la crítica, pero repitamos: no por tener la plantita sino por decirlo. No obstante, a modo de premio, aceptemos que esta vez golpearon donde duele, y premiemos entonces el contraste. Alguna vez los idiotas también tienen momentos de lucidez aunque la empleen para confirmar su propia estulticia. Fumá tranquila Cerruti, pero en privado.

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