viernes, 29 de marzo de 2013

El efecto Papa

Algunos medios locales ostentan un fervor eclesiástico que no conoce antecedentes. A propósito de Semana Santa, el cronista de un canal de aire chorreó adjetivos hasta el hartazgo sobre el tradicional lavado de pies que Francisco había "recuperado" como muestra de humildad - "servicio" es el término elegido para significar esta antigua liturgia -, y del Vía Crucis alrededor del Coliseo, símbolo de Roma y de la cristiandad, señalando que en ese lugar precisamente había sucedido el sacrificio de muchos cristianos, a causa de las persecuciones llevadas a cabo por el Imperio.
Sin duda conmueve la evocación ante la imagen indefensa de muchos creyentes arrojados a la arena del circo, para saciar la hambruna de los leones y el sadismo de los espectadores, en éxtasis frente a los cuerpos despanzurrados entre ayes de dolor. La antigüedad era mucho más cruel y al mismo tiempo mucho más sincera acerca del destino de los perseguidos, advertía sobre el castigo por desobedecer consignas y actuaba en consecuencia. Claro que la intolerancia es condenable, incluso al precio de caer en una anacronía. La imposibilidad de actuar en contra de las disposiciones imperiales revelaba un estado de cosas que hoy sería tildado de bárbaro, no tanto por la franca oposición a la diversidad como por la forma elegida para corregir la desobediencia.
Pero rescatemos la sinceridad del método, y crucemos aquella barbarie contra estas sutiles democracias capitalistas que pregonan discursos igualitarios, escondiendo el sacrificio de muchos en lamentables  mecanismos del sistema nunca corregidos. Para no dispersarnos también en un lenguaje engañosos apelemos a ejemplos simples: ¿Hay acaso diferencia entre aquella aristocracia romana que se deleitaba con cuerpos seccionados entre las garras de los leones, y estas minorías que ostentan lujosos vehículos de muchos miles de dólares, propiedades que exceden largamente el confort necesario para vivir bien, y patrimonios multiplicados en distintas actividades económicas bien atomizadas para no asumir riesgos? Y, ¿la hay entre aquellos pobres cristianos mutilados en la arena y el sacrificio de quienes viajan a diario en trenes criminales, asisten a circuitos callejeros inseguros o a discotecas que son trampas de muerte para jóvenes inocentes?
Han cambiado los métodos, pero el mecanismo circense permanece inalterable.  

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