martes, 19 de marzo de 2013

La pobreza está de moda

No es la primera vez que desde aquí confrontamos pensamiento y realidad, dos magnitudes que, lenguaje mediante, solemos distraídamente homologar. Y tal como también sucede a menudo, muchos de los que hoy se llenan la boca con la palabra pobreza, siquiera pueden referir qué se siente en su proximidad, cuánto menos entre ella, compartiéndola, padeciéndola. ¿Qué diablos nos sucede que la nacionalidad de Francisco es capaz de desatar esta tormenta de solidaridad, cuando hace dos siglos que vivimos sacándonos los ojos entre nosotros? Y especialmente los poderosos, los más favorecidos - casi siempre amparados en la protección de un Dios también distraído -, a los menos dotados, impedidos de alzarse para defender su dignidad. ¿Es que una simple votación a puertas cerradas entre los jerarcas de una institución cuestionada puede cambiar la idiosincrasia de un pueblo? ¿No recuerdan el fervor que alentó la ominosa colecta que reunió una gran montaña de joyas donada para la gesta de Malvinas? ¿Es que seguimos alucinados con los abalorios del conquistador y no podemos ver más allá de nuestros ojos? ¿Acaso el empeño por combatir de buenas a primera la desigualdad nos redime frente a nosotros mismos, nos hace acreedores al favor divino y, lo que es más peligroso, nos hace creer en la ilusión de que combatir la pobreza mediante una colecta multimediática adornada con espectáculos musicales, la hará desaparecer simplemente por una vigilia artística, un paisaje muy distante del hambre verdadero? Si la respuesta es que eso al menos lo mitiga, entonces adscribimos a la prédica de disminuir la brecha entre pobres y ricos en lugar de eliminarla.
Tengo para mí que una iglesia pobre para los pobres constituye una expresión de deseo que merece ser pensada y procesada en su justa medida, que debe empujarnos a la introspección más que a la expansión, que más que logro es un propósito y un punto de partida hacia un estado de cosas, que no debería arrancarnos júbilo y satisfacción sino más bien proponer una encomienda a actuar contra las fuerzas que se oponen a esa prédica. Y no perder de vista que entre las mismas voces que hoy comparten el deseo de mitigar la pobreza, están justamente los que la causan. El mejor modo de acompañar a Francisco es atender su reclamo de rezar por él, no perder de vista que los goles logrados no neutralizan la violencia en el fútbol.

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