viernes, 19 de abril de 2013

Caniles para la expansión.

A pesar del caos vial, la ciudad de Buenos Aires, con buen criterio, ha dispuesto espacios para que los paseadores de perros tengan lugar donde soltar sus jaurías. Para una sociedad evolucionada resulta muy importante que los animalitos correteen, pastoreen libremente, ladren en lugares y horas determinados, sin molestar al vecino. Sobre todo que necesitan sitios donde liberar instintos y hacer sus necesidades, de paso sentir que no están tan aislados sino que puedan compartir correrías con ejemplares de su misma especie. Es muy tierno verlos libres, jugando alegremente, oliéndose, mordisqueándose, incluso hasta liberando alguna que otra expresión de hostilidad, que también la ferocidad es un componente de la especie, cuyas aisladas apariciones no hacen sino destacar un comportamiento general bastante pacífico del perro urbano.
La medida reconoce ante todo respeto por el animal, en segundo lugar un auspicioso sentimiento de piedad y por qué no también, amor hacia esos simpáticos integrantes de la familia, que merecen no sólo la consideración de sus dueños, sino el empeño de los mismos para lograr medidas que posibiliten dar cauce a expansiones naturales del instinto canino. Debe tenerse en cuenta que los pichichos no tienen a su alcance otro medio de expresión, mecanismo propio de especies más evolucionadas como el ser humano, que a través de las urnas tiene el valioso recurso de volcar deseos y preferencias, evitando así repetir el destino de las mascotas, animales al fin; en ese caso, se vería obligado a salir a tontas y a locas por las calles, si acaso el gobierno desoyera reclamos, intentara vulnerar legítimas aspiraciones, o avanzara sobre sus derechos.
No cuesta demasiado esfuerzo imaginar qué sería de nuestra sociedad, si las urnas no ofrecieran un cauce liberador para expresar expectativas que recojan y garanticen la plena realización del individuo. Por fortuna disponemos de una clase política que colabora con la población civil, para ayudarla a entender cabalmente la realidad, de modo que las mascotas puedan ganar cada tanto la calle y recalar en plazas con caniles, donde los paseadores logran juntar verdaderas multitudes de pichichos que ladran y ladran libremente, para regresar luego a sus cuchas, exhaustos pero felices. Casos aislados se han verificado en que algún exceso ha dado lugar a lamentables mordiscones, cuyas víctimas resultaron desafortunados periodistas que intentaban reflejar la ejemplaridad de las jaurías; ataques que por lo aislados - repetimos -  no hacen sino reflejar dicha ejemplaridad. Bien por la medida, ejemplo de respeto y armónica convivencia entre legisladores, paseadores y pichichos. Lo único malo, es que los caniles no evitan la animalidad del perro, la confirman, pese a muchos dueños que intentan atenuarla colocando pañales a sus mascotas.  

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