sábado, 6 de abril de 2013

El engaño de la solidaridad

Metafórico refrán, "cuando el río suena agua trae", sugiere que un aumento del sonido implica mayor caudal hídrico. Según el paradigma actual podría agregarse que ese aumento de caudal también arrastra mayor cantidad de basura. Cuando los medios cargan los oídos con alguna palabra que apunta a la emoción de la gente, es una buena señal para maliciar algún engaño, cuestión de afinar el oído y tratar de desmenuzar la albóndiga para descubrir el pescado podrido - fea palabra, pero gráfica -. Ante una tragedia nunca faltan pregones imbéciles, sin ir más lejos aquel testigo de la tragedia de Lapa que, salvado por milagro, afirmó que con eso Dios había mostrado que existía, pero no explicó por qué necesitó liquidar a 85 inocentes.
Ahora, no uno sino varios imbéciles, aseguran que los argentinos somos solidarios, arenga inobjetable en una sociedad conmovida ante la devastación causada por el temporal. Sería bueno entonces pensar qué significa solidaridad, término asimilable a entrega, generosidad; sobre todo que otro imbécil sacudió los micrófonos afirmando que cada tanto es bueno despertar y pensar en el otro, como si el verdadero solidario necesitara medio centenar de cadáveres para actuar. Sucede que la palabra es gratis y los medios han decidido prestar  micrófono a estos especímenes siglo XXI, portadores de una nueva mutación que conecta directamente cerebro con recto y aparato fónico, cuestión que entre las pocas ideas suelen colarse muchas flatulencias.
Por si no lo advirtieron, el argentino no es más o menos solidario que el mongol, el sueco o el marroquí. Quien sí muestra una encomiable solidaridad cuando algo fractura el liso paño de lo cotidiano, es el hombre anónimo, generalmente de escaso recurso material pero enorme caudal espiritual, inmune a la ambición personal, alguien con genuina empatía capaz de reconocerse a sí mismo en el otro. Y quien no, es aquel que teniendo recursos suficientes los aplica a construir y mantener mayorías sumergidas, empujándola a escribir su vida en otro paño oprobioso, el de la contumaz repetición y la escucha contaminante. Por eso, al suceder una tragedia, el pobre acude en auxilio del necesitado, sincera expresión de amor; por eso, el ambicioso alienta - imbéciles mediante -, la fantasía de que "el argentino es solidario", para que otro ponga el cuerpo e infle su orgullo en lugar de advertir todo lo que el poder mezquina. La solidaridad no sólo revela una mayoría generosa, una lectura más fina también desnuda lo injusto de una acumulación desigual. 

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