sábado, 27 de abril de 2013

Periodismo y represión

La violenta represión ejercida en el Hospital Borda por la Policía Metropolitana dio lugar a encendidas protestas por parte de los medios. Huelgan comentarios acerca de la brutalidad mostrada por cuerpos que en el discurso oficial no están preparados para el desalojo - recuérdese la justificación para no actuar en el controvertido acampe del Parque Indoamericano -, salvo que desde entonces hayan entrenado fuerte para desarrollar el típico sadismo policial. Dejando sentado entonces nuestro repudio por los excesos cometidos, resulta conveniente y sobre todo esclarecedor, discurrir acerca de la reacción no ya de la represiva policía sino del indignado periodismo, especialmente de un plano periodista de C5N que no ahorró adjetivos para denostar a la fuerza represiva por atacar a... "periodistas", como si avanzar sobre la sacrosanta casta lenguaraz constituyera un pecado capital, en su consideración seguramente mucho más grave que balear a un anónimo enfermo, un asistente social o un camillero.
Imaginamos la airada reacción del personaje respondiendo a esta crítica, arguyendo seguramente que él nunca señaló que la represión a periodistas fuera más grave que la ejercida sobre otros ciudadanos "comunes", sin embargo este episodio resulta un buen ejemplo para poner de relieve la tendencia oculta en el uso de cierto tono discursivo, y el empleo de subjetivemas que construyen precisamente subjetividad. El discurso ante una audiencia tiene la filosa propiedad de teñir el entendimiento, creando un ideario funcional al  emisor de la noticia. No tenemos duda que el periodista difícilmente admita la crítica, eso marcaría alguien capaz de reflexión, en tanto estamos conjeturando acerca de su intención, oculta incluso para él mismo al no advertir qué desliza su discurso. Aclaramos: él no ignora qué quiere, quiere decir eso pero sin que se note; y lo oculto en ese caso es su propia imposibilidad de reconocer que es eso precisamente lo que está diciendo. 
Imaginamos también el modo ofensivo de responder, por ejemplo: "Yo jamás he dicho semejante cosa..., imbécil, idiota, jamás he dicho que reprimir a un periodista fuera más grave que...", etc. etc., haciendo uso de la inmunidad e impunidad que ejerce el monólogo en un medio masivo sin exponerse al debate o al derecho a réplica. El periodista es un irredimible, no abogamos por su condena que, por otra parte la sociedad aún no está en condiciones de ejercer, pero nos parece valioso poner al desnudo el mecanismo que a diario se emplea para la inoculación lenta. Una suerte de publicidad subliminal que engaña los sentidos. 

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