martes, 7 de noviembre de 2023

Reflexiones impertinentes

 Yo sé que en mi afán de aclarar sólo confundo. Me pasa incluso a mí mismo en relación a mis propios pensamientos, porqué no le sucedería a cualquier lector del blog. No obstante, lo bueno de la confusión es que desde allí no queda más remedio que marchar hacia la claridad, a menos que uno permanezca siempre confundido. Esto es lo que sucede masivamente en Argentina, pero no es de ahora, siempre sucedió. Y seguirá sucediendo en tanto no descubramos la causa de estar sumergidos en ese caos mental.

Alguien menos confundido que la mayoría, en lugar de rabiar por ver a un energúmeno desencajado empuñando una motosierra o con un palo frente a una piñata tratando de romperla, me preguntó porqué sucedía el fenómeno Milei. Es absolutamente sano que frente al fenómeno aflore el afán de conocerlo y no la desesperanza por el hecho en sí, cuestión que, ya que debemos padecerlo, al menos podamos crear anticuerpos para que no se vuelva a repetir. Esencialmente, el fenómeno Milei no es muy distinto al fenómeno Macri, ya padecido. Y está claro que no hemos tomado debida nota que un berrinche electoral puede empujarnos a cuatro años de devastación. Este es un síntoma social y como tal hay una compulsión a la repetición. Sucede porque, cada vez más, el argentino tiende a mirar sólo hasta la punta de la nariz, un fenómeno que debe tomarse como válido más allá de su causa, sea esta la molicie intelectual o el haber sido llevado a un estado de precariedad que impida cualquier análisis profundo.

Los argentinos anhelan fervientemente un cambio en la dirigencia política, que creen encontrar en mágicas apariciones como la de este personaje, sentado hoy en el regazo de Macri. Sólo que no advierten la diferencia entre cambiar y destruir. Cambiar también es corregir tanto nuestros propios errores como las condiciones que permiten que desde el poder real se manipulen los mecanismos para evitar, precisamente, los cambios necesarios. No es la primera vez, ni será la última, en que desde esta columna se señale la necesidad de que toda expresión de libertad deba estar acompañada de igualdad, única posibilidad de que cualquier acción de gobierno alcance a beneficiar a todos sin exclusión. Ese debe ser el propósito rector de cualquier demócrata. No se trata de distribuir sin producir como acusa la oposición al oficialismo, pero tampoco acopiar "libertariamente" aumentando la exclusión. Se trata de producir "para" distribuir, algo que el capital privado no practica y que el Estado debería realizar luego de una sana depuración de sus mecanismos corruptos. Ese es el cambio que la sociedad espera.     

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